Vicente Molina-Foix

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El cine de las sabanas humedas (2007)

De su infancia sin tecnología ni televisión recuerda mucho el escritor Vicente Molina Foix, pero aquí, en especial, una frase hecha que le repetían sus padres al caer la noche: Y ahora, al cine de las sábanas blancas. Era la señal: tiempo de sueño. Y tal apremio a soñar dormidos y no despiertos, fue el origen de ese amor al cine que ha marcado su vida. De ahí (y de la asociación de ideas con la expresión inglesa wet dreams, sueños húmedos) procede el título de este libro, que dice el autor, bien podría haberse llamado, si García Márquez no hubiera estado primero, Memoria de mis mitos tristes.

Estas páginas pretenden ser un recuento personal de las figuras cinematográficas que despertaron, guiaron, incitaron y aclararon mi sensualidad. ¿Mitos tristes? El adjetivo es inevitable, aun hablando aquí de disfrute sexual. Para ser mito, es decir, para alcanzar ese puesto elevado en el panteón del Olimpo, hay que estar muerto, los vivos tienen otro estatuto: les amamos, les imitamos, les seguimos, pero una cosa es ser adorador de un culto del más allá y otra ser fan; éste último mantiene viva la esperanza de un autógrafo, de un apretón de manos, de un beso robado a su ídolo en la alfombra roja de un festival.

La vida sexual de estos individuos míticos comparece en este libro, sin ser su materia central. De hecho, y así está pensado El cine de las sábanas húmedas, más que la suya espero que se trasluzca la mía en función o delegación de ellos, dice Vicente Molina Foix. Pero no se trata de un repertorio completo: Mis gustos y pasiones son amplios, y he querido evitar el efecto catálogo al que, en una famosa aria del Don Giovanni de Mozart, se refiere Leporello, el respondón criado del libertino. Por eso no habrá en el libro, ni de lejos, mil tres objetos eróticos, aunque sí coexistan, al contrario que en la lista amorosa del rotundamente heterosexual Don Juan, seres de los dos (y aun tres) sexos. El autor ha incurrido en estas páginas reiteradamente, nocturna y diurnamente (aunque sin alevosía), en una plena y nada culpable bisexualidad del deseo y los sentimientos. Así, tanto ellos como ellas se sitúan aquí de modo natural en el altar de sus hermosos muertos. (Fuente: CasadelLibro)