Joan Miró

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Obra

Los primeros dibujos conservados de Joan Miró datan de 1901, cuando el artista contaba con ocho años. Son composiciones sencillas, como El callista (1901), en las que nunca falta el color.  En las primeras pinturas de Miró se dejan notar las influencias de sus conocimientos de arte contemporáneo. El fauvismo influye en obras como El campesino (1914), posiblemente su primer óleo, o en Reloj de pared y farola (1915).  Otros de sus primeros trabajos son Retrato de Ricart, Ciurana, el sendero, y Nord-Sud, las tres de 1917.  Un año más tarde, Miró funda El Grupo de Courbet, junto con Ricart, Ràfols, Domigo, Sala, y posteriormente Llorens Artigas.

 

Fase detallista

En 1918 se encuentra en Montroig, y allí pinta al aire libre paisajes en torno a la granja familiar: Casa con palma (1918), Huerto con asno (1918), Las roderas del coche (1918), Montroig, la iglesia y el pueblo (1919), La granjera (1922)… Son obras en que los detalles aparecen representados de un modo infantil, y los colores son más naturales que los de cuadros anteriores.

En 1919 Miró pinta un Autorretrato, muy diferente del severo Retrato de Ricart que había realizado dos años antes. El detallismo con que pinta la ropa es similar al de los paisajes antes citados, introduciendo en el lienzo un contraste entre detalles cubistas y elementos abstractos. Esta confrontación de estilos aparece aún con mayor fuerza en La mesa (Naturaleza muerta con conejo), de 1920.

Ese mismo año Joan Miró llega a París, aunque es en su segunda estancia en esta ciudad cuando alquila un taller en la calle Blomet (perteneciente al escultor Pablo Gargallo, quien durante el invierno daba clases en Barcelona) y comienza a relacionarse con los intelectuales del momento. Expone por primera vez en 1921, en la Galería Licorne, aunque no consigue vender ningún cuadro.

A su regreso a Montroig ese verano hay un cambio evidente en sus obras, desapareciendo de éstas prácticamente todos los elementos fauvistas y cubistas, y comenzando a emplear formas geométricas. Este cambio puede apreciarse en obras como Desnudo de pie (1921).

Ese mismo año comienza a realizar La masía, uno de sus cuadros más emblemáticos, que comienza en Cataluña y finaliza en París. En esta obra, el tamaño de los diferentes elementos del cuadro depende de la trascendencia que tienen para el pintor, no de su dimensión natural. Están tratados todos con minuciosidad, considerando hasta los detalles aparentemente más triviales y analizando cada elemento de la naturaleza, cada animal doméstico, cada objeto.

El tema de la fertilidad está presente en el lienzo: una regadera cuyo extremo se inclina hacia un cubo orientado frente a ella; un periódico doblado al lado de ésta, en que sólo se consigue leer una parte del título: “L’Intr”, que puede indicar introducir, penetrar, y que hace referencia directa al nombre de un periódico (es posible que aluda al diario parisino L’intransigeant, o a L’intransigent, periódico nacionalista catalán).

Al fondo de la escena, junto al lavadero, hay una figura un tanto extraña, inquietante incluso, situada cerca de la mujer que lava. Es una figura, aparentemente humana, en una posición poco natural, que podría ser un feto o una figura infantil con reminiscencias de las esculturas románicas. También aparecen los animales de la granja, y la flora típica del paisaje catalán.

Este cuadro tiene una esmerada composición, y Miró realiza innumerables modificaciones durante los nueve intensos meses en que trabaja en él. No hizo dibujos preparatorios. Los motivos están pintados con tal detallismo que exige gran concentración y esfuerzo por parte del artista el realizar la obra.

La composición del cuadro está centrada por un eucalipto que extiende sus ramas hacia el cielo, con una base blanca, rodeado por un círculo negro. Los historiadores del arte ven en este cuadro un símbolo del pueblo catalán. La obra se halla dividida en dos áreas: la parte superior, con un cielo sin nubes, plano, y la parte inferior, la casa, la tierra y el gallinero, con tonos ocres y pintados con gran minuciosidad.

El cuadro es realista, el artista pretende resumir en él el mundo de su entorno. De esta manera, lo que el artista va pintando sufre constantes trasformaciones que él se ve obligado a plasmar en el lienzo. Sin embargo, cambia algunos elementos para mantener el equilibrio de la obra.

Una vez finalizado el lienzo, Miró tuvo muchos problemas para venderlo. Finalmente la adquirió Ernest Hemingway y posteriormente fue donada por su viuda a la National Gallery of Art, en Washington.

Búsqueda de un lenguaje

A partir de 1923 se aprecia un cambio considerable en la obra de Miró. Ese año realiza Tierra labrada, una obra en la que inicia un camino hacia un mundo simbólico propio. Aún es reconocible el paisaje de La masía, de hecho parece una versión de la anterior, pero las figuras, los objetos, se han transformado de una manera inquietante no exenta de humor, aunque el espectador puede seguir reconociéndolos. En este cuadro hay una visión subjetiva, llena de imaginación, ignorando el detalle de cuadros anteriores.

En la copa de un árbol un ojo observa la escena, mientras del tronco cuelga una gran oreja; en otro árbol ondean tres banderas, la catalana, la francesa y la española; la cabeza de un pez sale de la tierra,… Se trata de un conjunto de figuras que componen el cuadro a modo de collage.

Otro cuadro de esta época, Paisaje catalán (El cazador), realizado entre 1923 y 1924, muestra ciertas similitudes con el anterior, aunque el conjunto de figuras ha quedado condensado en unos pocos símbolos. La evolución de Miró se hace significativa, despoja a sus cuadros de lo superfluo y deja únicamente los elementos más primarios, cuidando el equilibrio compositivo y creando un universo propio de formas. Va abandonando sus referencias figurativas y el gusto por el detallismo y se aprecian algunos signos tendentes al surrealismo.

El fondo es ahora homogéneo y opaco, constituido por campos cromáticos sin perspectiva, y en él destacan las figuras. Miró ya no busca representar la realidad, y elige elementos más esquemáticos e imaginativos para ir conformando un universo propio.

Surrealismo

En 1924 Miró pinta varios cuadros de inspiración surrealista (ese mismo año aparece el primer manifiesto surrealista). El carnaval del arlequín es uno de ellos, en que los sueños inspiran las figuras divertidas y fantásticas, en una obra llena de energía, imaginación y música. La obra está estructurada según un diagrama regulador de la composición, donde todas figuras (el arlequín, los gatos, el pez…) y los objetos (los instrumentos musicales, la escalera, la mesa…) tienen su sitio.

En esta época, Miró se adhiere a los principios del surrealismo, e incluso es considerado por André Breton como el más surrealista de los pintores, pero no se siente partícipe de las manifestaciones de este movimiento. Se sirve del surrealismo para descubrir su propio camino.

En 1925 pinta El nacimiento del mundo, una obra con un fondo borroso, desdibujado, en el que parecen flotar figuras de colores primarios. Este cuadro, de grandes dimensiones, hace alusión al proceso de creación, y se enmarca, como el anterior, dentro de las llamadas “pinturas de sueños”.

Desde 1925 a 1927 Miró realiza más de ciento treinta cuadros, más que en los diez años anteriores. Muchos de ellos no tienen título, y otros son concebidos por poetas amigos del artista o asignados después de terminar el cuadro, a partir de las frases que escribía en los lienzos: Sena, Música, Bataille y yo.

Entre las mejores obras de este periodo se encuentra Este es el color de mis sueños (1925), en el que se aprecia su interés por la poesía, incorporando texto e imagen en un mismo espacio visual, a modo de “cuadro-poema”. Bajo una mancha azul se puede leer “ceci est la couleur de mes rêves”, y en la parte superior izquierda del lienzo la palabra “Photo”. La mancha azul aparece solitaria entre las palabras en un lienzo casi vacío.

El reduccionismo de formas continúa en este periodo, aunque a pesar de la abstracción todavía se pueden reconocer en los cuadros los elementos de un paisaje o una naturaleza muerta. Una obra de este momento es Personaje lanzando una piedra a un pájaro (1926).

En 1928 Miró realiza un viaje a Bélgica y Países Bajos, donde puede observar a los maestros holandeses del siglo XVII, de los que le impresiona profundamente su realismo intimista. A partir de tarjetas postales de estas obras realiza las suyas propias adaptándolas a su particular mirada, creando la serie Interiores holandeses. Hombre tocando el laúd, de Hendrick Martensz Sorgh, se convierte en Interior holandés I, y La lección de baile del gato, de Jan Steen, en Interior holandés II. Todas las figuras y elementos de los cuadros originales han sido reproducidos, pero transformados al singular lenguaje mironiano. Las proporciones también varían, a veces aumentadas y otras reducidas con respecto al cuadro original.

En 1929 plasma su particular visión de un anuncio publicitario español de un motor alemán en La reina Luisa de Prusia. La forma del motor evoca en Miró una figura humana femenina, con una falda larga y altos pechos.

En 1928 y 1929 transforma algunos retratos femeninos existentes, adaptando, como ya había hecho en Interiores holandeses, cuadros de artistas conocidos. En 1930 expone en París los papiers collés realizados el año anterior y por primera vez realiza una exposición individual en Estados Unidos. En estos inicios de los años 30 Miró se desvincula del ya muy dividido grupo surrealista. En ese momento trabaja con gran variedad de medios y materiales: ilustración de libros, decoración de escenarios, dibujo, collage, diseño de trajes para el teatro, escultura, y por supuesto pintura. En 1933 pinta una serie de cuadros a partir de collages, tomando imágenes de máquinas u objetos cotidianos de libros y revistas y a partir de ellos crea los cuadros.

Pinturas salvajes

En 1934 realiza grandes dibujos a pastel, con unas características más dramáticas y sombrías, que anuncian lo que serán sus llamadas “pinturas salvajes”. Ese mismo año realiza Golondrina / Amor en el diseño para un tapiz, mezclando hábilmente figuras y palabras a través de líneas a la vez que miembros humanos están repartidos sobre el lienzo, libremente independizados unos de otros. El conjunto transmite un particular efecto de libertad.

En 1936, a causa de la guerra civil española, toma la decisión de quedarse en París con su familia, donde permanecerá hasta 1940. En esta época empieza una serie de “pinturas salvajes”, que la mayoría de autores relacionan con la angustia del artista ante la situación conflictiva que se vivía en España. La abstracción se acentúa, el dramatismo se hace patente, desgarrador. Los personajes de los cuadros aparecen distorsionados, rotos por el dolor, predominando las figuras femeninas.

De esta época es el cuadro Hombre y mujer ante un montón de excrementos (1936), que presenta dos figuras dislocadas instaladas en un paisaje de contrastes claroscuros, con los excrementos aludidos en el título a la derecha del cuadro, como una estatua que presidiera la escena, transmitiendo el conjunto todo el pesimismo que envuelve al artista.

En este periodo hay una obra singular, que se aleja del lenguaje habitual de Miró. Se trata de Bodegón con un viejo zapato, de 1937, que transmite como los anteriores la sensación de angustia que estaba viviendo el artista, pero de una manera muy diferente. Miró buscaba en esta obra plasmar una realidad profunda y fascinante, y para ello divide la superficie en negros, verdes, amarillos y rojos aportando al lienzo una coloración incandescente que le da un aspecto casi fantasmagórico.

En 1937 se celebra la Exposición Universal de París. La España republicana decide participar en la exposición (Picasso realiza por este motivo El Guernica), y para ello Miró crea un gran mural de óleo sobre celotex, El segador, retrato monumental de un campesino catalán con una hoz en el puño, hoy en día desaparecido. El título de la obra es el singular de Els Segadors, himno nacional de Cataluña.

Constelaciones

Miró comienza una nueva etapa de su trabajo con la serie Constelaciones, inspirada en la noche, la naturaleza y la música. Son 23 gouaches, de pequeño tamaño y realizados sobre papel, pintados entre enero de 1940 y septiembre de 1941. Miró necesita más de un mes para terminar cada obra, ya que diariamente va añadiendo nuevos elementos, en un proceso muy laborioso. Estrellas, lunas, soles y figuras se combinan en una red de formas dinámicas, de manera que cuando una figura cruza una línea, invariablemente cambia de color: si antes era roja, pasa a ser negra y viceversa. De esta manera, el color se doblega sistemáticamente ante la forma. Esta serie de espléndidas obras se exponen en la Pierre Matisse Gallery de Nueva York en 1945, provocando un hondo impacto en el público que la visita.

En esta época, Joan Miró prosigue con sus incursiones con diferentes materiales como trabajos sobre yute, tapices, aguafuertes o ilustraciones para libros, diversificando así sus medios expresivos. En 1944 vuelve a retomar la pintura sobre tela que desde 1939 no empleaba, y también comienza a realizar sus primeros trabajos en cerámica.

Colaboración con Artigas

A principios de los años cincuenta Miró investiga en profundidad las posibilidades de la cerámica, junto a Josep Llorens Artigas, con quien trabaja en colaboración. En 1956 la Unesco les encarga el diseño de dos muros exteriores para la nueva sede en París. Miró y Artigas realizan dos murales cerámicos, uno de ellos dedicado al sol (Muro del sol) y otro dedicado a la luna (Muro de la luna).

Los dos artistas crean un contraste entre la intensa coloración de los murales y las paredes de hormigón del edificio, buscando una expresión enérgica para el muro del sol, y una más poética para el de la luna.

El proceso de creación de estos murales fue arduo: hubo que cocer el barro en 35 ocasiones, utilizándose 25 toneladas de madera, 4 de barro, 200 kilos de esmalte y 30 de pintura. Miró pintaba valiéndose de una gigantesca escoba de hojas de palma. Para ver los colores finales había que esperar a que el barro hubiera cocido.

Todo esta variedad de materiales que Miró emplea para realizar sus obras hacen necesario un espacio desde el que trabajar, por lo que en los años cincuenta encarga a su amigo, el arquitecto Josep Lluis Sert, la construcción de un gran taller. El traslado al nuevo taller en 1956 supone un momento de inflexión en la trayectoria de Miró, ya que el nuevo espacio le permite explorar nuevas posibilidades artísticas. En esos años trabaja con Artigas en nuevos proyectos de cerámica, y además también realiza varias series de grabado y esculturas de grandes dimensiones.

Últimas décadas

En los últimos años de su trayectoria, Miró incrementa su trabajo con la escultura, cerámica, o grabado, aunque no deja de lado la pintura.

A principios de los años sesenta se vacían sus cuadros, intentando conseguir la mayor intensidad con el mínimo esfuerzo. Cuadros como Azul II y Azul III son una muestra de ello. Miró no pierde su aduacia y radicalidad a pesar del paso del tiempo.

En 1969 pinta los cristales de la fachada del Colegio de Arquitectos de Barcelona sobre grafismos concebidos por varios arquitectos. En unos pocos días Miró ordena borrar las pinturas, evidenciando su singularidad personal y convirtiendo la obra en arte efímero.

En los años setenta, Miró continúa experimentando en distintos ámbitos de la expresión plástica. En concreto, entre 1970 y 1981 son años muy fecundos en cuanto a la creación de esculturas, realizando ciento setenta en poco más de diez años.

En 1973 realiza Mayo de 1968, sobre la revuelta de los estudiantes parisinos. Muy diferente a este cuadro es Mujer con tres pelos, rodeada de pájaros en la noche, mostrando la versatilidad del artista.

Las obras pictóricas de los años setenta son generalmente de gran tamaño, con profusión de goteos, manchas y salpicaduras, alejadas del ideal tradicional de belleza. A partir de este momento, Joan Miró simplifica extremadamente su vocabulario, transmitiendo sus obras un gran poder expresivo.

La importancia de las obras tardías de Miró ha sido frecuentemente minusvalorada, y sin embargo, en esas obras se puede apreciar la fuerza con que el artista afrontó la última etapa de su trayectoria. La vitalidad y la tensión espiritual a pesar de su avanzada edad no cede, revelándose en líneas enérgicas y gestos inquietantes.

En los últimos años de su vida Miró continúa de manera relativamente constante con sus temas e iconografía, aunque como apunta María de Corral: “hay grandes aportaciones a su trayectoria en este último período, como son: una actitud más espontánea en la concepción y resolución de las obras; un gran interés hacia los nuevos materiales –cerámicas, tapicerías, esculturas, mosaicos-; una profunda investigación en la obra gráfica y los nuevos procedimientos cercanos al action painting. Y hay, sobre todo, una enorme libertad y una radical independencia que, aunque siempre había existido, Miró lleva aquí a sus últimas consecuencias.”

En el momento de la muerte del artista, hay en su estudio gran cantidad de obras en curso. A Miró no le preocupa ni siquiera a tan avanzada edad el no poder terminar sus obras, sino que lo que le interesa es continuar realizándolas y tener la capacidad de comenzar nuevos proyectos.