Juan Muñoz
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Escultura
Juan Muñoz es considerado como un renovador de la escultura contemporánea para la que recupera la figura humana. Su obra, a caballo entre la escultura clásica y la de vanguardia, está cargada de confrontaciones y juegos visuales. En ella trata el tema del doble y la dualidad de los contrarios, así trabaja la contraposición entre presencia y ausencia, multitud y soledad, ruido y silencio..., siempre jugando con lo simbólico, con los distintos significados de las cosas. Otros temas presentes en su obra son la soledad del hombre contemporáneo, su desubicación, la falta de comunicación, la identidad y la locura.
De estas piezas arquitectónicas pasa a la realización de obras en las que el tema central es la figura humana, pero pese a que esto puede parecernos un cambio radical en el trabajo del artista, no lo es de ninguna manera, es una evolución lógica en su trayectoria, ya que estas figuras vienen a ocupar esos espacios arquitectónicos vacíos realizados anteriormente, poniendo de manifiesto “las ausencias” en obras como Balcón/nes (1986). Muñoz realiza un juego de contrarios, entre lo que se ve y lo que no se ve pero está implícito; la ausencia de figuras humanas en los espacios vacíos le vale precisamente para hacernos pensar en esas figuras.
En 1986 realiza The Wasteland (Tierra baldía), la primera pieza en la que aparece su característico suelo con motivos geométricos, que crea ilusiones ópticas, engañando visualmente al espectador; al fondo sobre el suelo aparece una pequeña figura, que también se repetirá mucho en la obra de Juan Muñoz, un muñeco ventrílocuo.
Por esta época aparece también en su obra por primera vez la figura del enano, reflejo de sus gustos por los temas y motivos del barroco, y que se repetirá profusamente a lo largo de su trayectoria, de nuevo con la intención de crear extrañeza en el espectador. El propio Juan Muñoz ha declarado que el enano le interesa como un “tipo” humano, como un personaje que representa algo que está de actualidad en nuestros días, el antihéroe. Como comenta el artista:“... Me parecen inquietantes. Si recurro a ellos para mi obra es porque tienen una gran hondura. Su físico es perfecto para contar lo que yo quiero”.
Con los enanos pretende realizar lo contrario de lo que se hacía con la estatuaria monumental tradicional, que representaba a grandes hombres, a héroes, con todos sus rasgos perfectamente definidos para que su identidad fuera fácilmente reconocible. Muñoz por el contrario encumbra a estos pequeños hombres, anónimos en la mayoría de los casos, que ganan en universalidad por su falta de particularización deliberada, no realiza retratos de un individuo en particular, sino tipos.
El espejo es otro de los objetos que se repite en las obra del artista, siempre aludiendo a la figura del doble, o como un estudio de la propia identidad; también los tambores aparecen con frecuencia en sus piezas, en este caso haciendo referencia al silencio, jugando con esa dualidad de los contrarios tan característica en él.
En 1989 comienza su serie Bailarinas, figuras en bronce con una base semiesférica similar a la que luego repetirá en sus tentetieso [1]. Su aspecto nos recuerda a las meninas del barroco, son también unos personajes extraños, condenadas a bailar eternamente debido a su base redondeada aunque se presentan sin embargo inmoviles, cuando el movimiento es algo inherente a las bailarinas. De nuevo aparece aquí ese juego de contrarios que tanto le gusta al artista, quietud por movimiento, silencio por música.
A comienzos de los noventa, las figuras de Muñoz van perdiendo rigidez y empiezan a relacionarse entre sí. Son esculturas escenográficas, grupos de figuras en interacción mutua formando escenas, actuando y creando un espacio. En 1991 comenzó sus Conversation pieces, esculturas en grupo basadas también en los muñecos tentetiso, con una base que las ancla al suelo. Con ellas Muñoz ironiza sobre la incomunicación, ya que son figuras que parece conversan entre sí, pero sin conseguirlo. El silencio, la imposibilidad de hablar de las esculturas siempre estará ahí.
El último trabajo que Juan Muñoz realizó antes de su prematura muerte fue una gran instalación para la Sala de turbinas de la Tate Modern de Londres, un espacio impresionante con el que cuenta esta antigua central eléctrica reconvertida ahora en
Para la instalación Juan Muñoz articuló el espacio de la Sala de Turbinas en dos niveles, cada uno con un ambiente diferente, “dos estratos de significación”, según sus propias palabras. En la parte superior, muy luminosa, las figuras fueron colocadas sobre suelos geométricos, en esta zona el acceso al público estaba cerrado, distanciando así la obra de los espectadores, para que estos tuvieran una mayor perspectiva. La parte inferior, iluminada de forma tenue con luces de neón, recreaba los orígenes del edificio de la Tate Modern, que era una antigua central eléctrica. Aquí el público podía deambular por los distintos huecos del laberinto donde se encontraban colocadas las 37 figuras muy distantes entre sí y en diversas actitudes, formando los espectadores parte de la escena. Las dos zonas estaban comunicadas por dos ascensores vacíos en continuo movimiento.