Juan José Aquerreta

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Obra

La entrega del Premio Príncipe de Viana de la Cultura de 2003, acordado por el Consejo Navarro de la Cultura, a Juan José Aquerreta provocó que el artista navarro fuera objetivo de numerosas críticas, que ensalzarían de manera notable su obra. Pero, este premio simbolizó algo más, representó el “reencuentro” del artista con una tierra que en sus inicios no supo comprenderle. Como él mismo reconoció en una ocasión “…tuve que irme de Navarra porque aquí no había un hueco para mi trabajo, algo que me estimuló. Creo que ahora puedo decir que Navarra ha cumplido las dos funciones, la de echarme y la de recogerme que son las más importantes de unos padres para sus hijos.” Por lo tanto, se deduce que la entrega de dicho galardón supuso un reconocimiento a su trabajo y un reencuentro con su propia casa.

Considerado como el mejor artista que ha dado Navarra en los últimos años, Aquerreta ha sido respetado, reconociéndose su manera humilde y silenciosa de trabajar. Denominado como “un artista silencioso” el mismo se pronuncia y explica el porqué de su actitud. Inculcado por su madre, escultora de profesión y quien siempre expresó el deseo de tener “algún hijo artista”, Aquerreta en su búsqueda de la belleza, en su necesidad de pintar aquello que le rodea, termina convirtiéndose en un artista importante, en un reconocido pintor.

Como ya se ha mencionado anteriormente, es considerado un artista solitario y atemporal. En relación a estas “etiquetas” que los críticos le han concedido, él explica cual fue el motor, el motivo real que le llevo a convertirse en el artista que hoy en día es. Además de la evidente influencia materna, “…tenía mucha pasión y vocación que me inculcó…” afirma el artista, incide en que siempre ha sido una persona abierta, muy sociable, actitud que ha sabido conjugar perfectamente con su discreción. También, reconoce haber tenido un padre maravilloso y una excelente madre que “…me ha protegido mucho y me ha hecho un hombre muy mimado…”. De su padre afirma también haber heredado su silencio, es decir su actitud discreta, de ahí que le definan como el pintor del silencio, de la soledad. Se dice de él que desde su silencio, “…desde su palabra pintada…”, ha sabido hacerse con un hueco en el mundo del arte de manera genuina, de forma auténtica. Su base artística reside en la humildad, se le considera un “pintor humilde radical” ya que hace compatibles doctrina e intensidad.

Sea cual sea el texto, la reseña, el artículo o la nota a la que recurramos para conocer mejor al artista, encontramos un “denominador común”, es decir, unas opiniones, teorías y críticas que lo definen como un artista solitario, humilde y silencioso. Como el propio Juan Manuel Bonet afirmó “...se trata de un solitario radical…el gran desconocido de nuestra escena, alguien cuyo nombre, todavía secreto para el gran público, circula sin embargo entre los aficionados más exigentes.”

Con motivo de la entrega del ya tan mencionado premio el pintor explicó de manera concisa cual había sido su trayectoria artística; una carrera marcada por una progresiva búsqueda de los límites y por la evolución de obras y creaciones cada vez más complejas, deshaciéndose de aquello que él entendía que no era esencial. Para poder entender su carrera y las distintas fases por las que su forma de trabajar ha pasado también expresó la necesidad de transmitir al público sus costumbres heredadas e innatas. Así pues, iniciaría su carrera centrándose en los retratos, según el “…en parte por mi sensibilidad y mis carencias afectivas…”. Su pintura trata siempre sobre su propia persona y sobre su silencio y por ello la constante más fuerte en todo su trabajo es la autobiografía y por eso también pinta autorretratos tratando de conocerse a si mismo.

Autorretrato en el gimnasio (en el tiempo), 2001.

 

Así pues, reconocerá que la mayor parte de su obra se compone de autorretratos y a la vez se cuestionará “¿Qué obra no es un autorretrato de un operario?”. Su capacidad de observación y síntesis se palpa en sus inquietantes autorretratos de los que afirma “…soy yo, pero puede ser cualquiera…”. En sus reconocidísimos rostros nada de muecas ni guiños temporales, nada de ruido, una vez más, el resplandor del silencio. La entera quietud.

En el transcurso de los años 1966 y 1967, Aquerreta reconoce haber vivido una de sus mejores épocas. Se traslada a Madrid con una beca del Gobierno de Navarra para iniciar sus estudios de Bellas Artes. Se describe, por aquel entonces, como un joven desordenado, curioso y vanidoso que contó con el apoyo de profesores como Antonio López y Ángel Medina, por todo esto considera que aquel año fue productivo, de un rendimiento excelente gracias a su tesón, esfuerzo y su fé. En aquel momento, su preocupación por la belleza no era tal ya que su búsqueda se centraba en que en sus dibujos todo fuera completo y perfecto.

En una ocasión, acompañado por Isabel Baquedano, la que años más tarde se convertiría en una gran amiga, en el museo de El Prado, ésta se detuvo ante La Infanta Rosa de Velázquez y explicó de forma inmejorable la forma y la intención con la que Velázquez había pintado la falda de la Infanta, enumeró los elementos y las técnicas empleadas por el artista para conseguir el efecto de volumen, recurrió a elementos del claroscuro, a un recurso lineal de los contornos, a la combinación de los grises y rosas, etc. Fue esta explicación la que hizo que Aquerreta se reafirmase en su afición por la restricción del claroscuro y la valoración de los contornos de luz.

 Este hecho enlaza con la búsqueda “pictórica” de la luz. No persigue como objetivo último la representación de la luz, no es ésta objeto de su representación si no que busca transmitir el instante luminoso que deja en vilo el tiempo. Así consigue fijar un momento único “arrancado de la inestable sucesión”. De esta forma se conforma otro hito fundamental y característico de la obra de Aquerreta los paisajes.

Autorretrato de frente (Nº 3), 2001. Óleo sobre lienzo sobre tabla, 26,5 x 18 cm.Autorretrato blanco (Nº 4), 2001. Óleo sobre lienzo montado sobre tabla, 27 x 19 cm.

Así consigue fijar un momento único “arrancado de la inestable sucesión”. De esta forma se conforma otro hito fundamental y característico de la obra de Aquerreta los paisajes. “En ellos plasma una naturaleza amable, ligeramente húmeda, levemente soleada y suavemente moldeada por el hombre en el trazado de un camino” como afirma Maya Aguiriano. 

Se dedicaba a pasear y recorrer los parajes en los que “la ciudad pierde su nombre”, lugares que se encuentran próximos a la urbe, lugares en los que la calma, la quietud, te invaden, dejándote una agradable sensación. Aunque no sólo visita estos espacios idílicos, también recorre lugares industriales, degradados no tan limpios, quedando patentes de igual forma en sus obras elementos que ensucian o enturbian la armonía natural como gasolineras o fábricas. Como dice Miguel Sánchez-Ostiz, no le preocupa demasiado que el paisaje se deteriore ya que el cree firmemente en que algo más lejos seguirá estando su modelo.

Paso de la Taconera, 2001. Óleo sobre tela sobre tabla, 60 x 73 cm.

 

Su fórmula de trabajo se reduce a una exhaustiva visión del entorno, lo que implica, por tanto, un profundo ejercicio de observación, como anota Francisco Calvo Serraller “…la mirada artística exige la generosidad de una atención continuada…”. Abrir los ojos. Adoptar una actitud contemplativa. Dejarse invadir por la luz. Consigue dotar a sus obras de una delicadeza extrema como si al pintar a penas tocará el lienzo, como si lo acariciara, “…como si las formas emergieran por sí solas sobre la superficie”.

 

 

 

En estos cuadros se observan paisajes no tan idílicos como los naturales, como, una carretera y los espacios que junto a ella se crean. En el caso de Carretera de Campanas, recrea una gasolinera jugando con los grises y con una geometría evidente. Se trata de un espacio transformado. Ejemplo claro de su capacidad de observación lo es esta obra, en la que refleja como las áreas industriales invaden los parajes naturales, que de alguna forma dejan de serlo por su presencia. La protagonista indudable es la chimenea, en torno a la cual parece girar el espacio que la rodea.

Chimenea de Mendillorri por la mañana, 1999. Óleo sobre tela, 33 x 41 cm.

 

En el díptico titulado Ruinas de Magencio representa un huerto, reconociendo la simpatía que siempre ha mostrado hacia la Antigüedad. Esta obra, en realidad doble por que se muestra en dos representaciones, plasma una serie de dualidades; dos colores para dos planos, en ambas representaciones se perfilan quietos parajes, dos grandes arcos acompañados de dos líneas oblicuas y paralelas al mismo tiempo, que definen o enmarcan un espacio común. Finalmente, en cuanto a la técnica decir que emplea dos formas de pintar, primero pone color para posteriormente quitarlo en algunas zonas, raspando sobre el lienzo.

 

 

 

En sus paisajes, podemos observar también cuál ha sido su evolución artística en cuanto al uso de los colores. Mientras que en una primera etapa sus creaciones eran más oscuras, en un segundo momento se abre a la claridad, de ahí la importancia que tiene la luz en sus obras. Busca una luminosidad resplandeciente llegando a conseguir el efecto que se plasma en la obra conocida como Cuesta de la Reina. Imagen en la que el blanco de la tela ocupa casi toda la superficie del cuadro. Alcanza en ésta la máxima intensidad valiéndose de muy pocos elementos. Sin duda, una muestra más de los parajes que rodean su ciudad natal y de su capacidad artística para transmitir esa quietud y tranquilidad tan propias de su estilo.

Cuesta de la Reina, 1999. Óleo sobre tela, 54 x 73 cm.Fuente del parque de la Taconera, 1961-62. Acuarela, gouache y lápiz sobre papel crema, 24,1 x 29,6 cm.Torre de la Barbazana, Catedral de Pamplona, 1960-62. Lápiz, aguada y guasch sobre papel escolar de dibujo color crema, 16,5 x 19 cm.

Toda la obra de Aquerreta se ve estrechamente vinculada a su vida, a sus costumbres y a sus vivencias, por lo tanto, la creación de microdibujos responde a una etapa más, etapa en la que el artista cae en una depresión llegando a afirmar “...Yo tenía la suficiente seguridad en mismo, como para continuar haciendo pintura, durante unos años en los que la misma vida, se me hacía casi imposible.”. Como él mismo afirma pasaba un periodo duro, en el que la necesidad de expresarse no cesó. Estos microdibujos realizados bien a bolígrafo o a lápiz no dejarían de ser más que la mera expresión de su malestar. Un malestar que superó, de ahí que considere que estas pinturas posean un importante valor en su vida, tanto en lo profesional como en lo personal.

Fue una etapa ésta en la que, a pesar de sentirse mal, siguió incansable con su trabajo. La depresión la interpreta como el viaje hasta los confines y su regreso puesto que, finalmente pudo superarla. Viaje o aventura propia de un héroe de la mitología clásica. Según sus propias palabras “...es la más alta tarea de héroe que conozco...”. Esta idea llevada a la vida real, a lo cotidiano, se traduce en un esfuerzo por descubrir lo que somos, aceptarlo y afirmarlo de manera rotunda, y a la vez serena, como esas piezas del mundo personal de Aquerreta.

En esta obra, Huida del esclavo de Saturno, todo tiene significado. Se trata de una obra transparente, que habla por sí sola. Se dice de Aquerreta que sus obras son retales de su vida, son imágenes que hablan al público de su sentir, de su padecer.

Tras haber padecido la “enriquecedora experiencia de pasar una larga y grave etapa depresiva que le hizo pensar en Narciso” Aquerreta acepta y expresa su vivencia de la mejor manera que sabe, pintando. La obra de Juan José evolucionará desde colores más oscuros a colores más claros, como en la Huída del esclavo de Saturno en la que la figura parece abandonar un espacio oscuro para avanzar a un espacio más iluminado, con mayor luz. Es una obra que parece que ha venido creciendo de la oscuridad, donde el protagonista parece retornar de un viaje. Cabe mencionar que el título, en esta ocasión, es la voz de la obra ya que el signo sombrío de Saturno es el símbolo de la melancolía y el esclavo es la persona que avanza, el héroe clásico que regresa de su aventura, el pintor que supera una dura etapa depresiva.

Composición con tres desnudos, 1985. Lápiz y gouache sobre cartulina 8,1 x 7,1 cm.Figura en una cocina, 1979. Lápiz, lápiz de color y tinta sobre papel cuadriculado de bloc, 12,5 x 8,2 cm.Huida del esclavo de Saturno, 1990. Óleo y tela162 x 73 cm. Huida del esclavo de Saturno, 1990. Óleo y tela, 162 x 73 cm.

Así pues, habiendo regresado de ese viaje a las zonas crepusculares de nuestra conciencia, plasma en otra de sus obras un nuevo pasaje de su vida, un nuevo sentir, crea El segundo nacimiento.

 

El artista reconoce que existe un triple significado que vincula la mitología clásica, la pintura y sus vivencias. Sus vivencias son la fuente inspiradora, la explicación más objetiva de sus creaciones; la pintura la fórmula de expresión, la manera que tiene de comunicarse con el espectador y los personajes de la mitología clásica el recurso que emplea para explicar su padecer. Así Narciso, personaje en el que piensa durante esa etapa depresiva, rompe su propia imagen en el agua y se salva de la muerte; Apolo se salva de su soledad favoreciendo a las personas con sus dones y el personaje de El Segundo nacimiento, con su mano derecha, hacía algo parecido a tirar de una cadena “provocando un derrumbamiento de paredes rocosas en un mundo nocturno subterráneo”. Como Aquerreta afirma “…son algo así como símbolos de regeneración universal, y signos de mi propia regeneración personal”.

El segundo nacimiento, 1990. Carbón sobre papel sobre tabla, 6,5 x 9,74 cm.Narciso-La muerte y el agua, 1987. Acrílico sobre papel CM. Fabriano, 5,6 x 7,6 cm.Apolo tumbado, 1988. Carbón sobre papel, 2,4 x 3,16 cm.

Las composiciones no figurativas serán el siguiente hito que defina su carrera artística. Se pregunta “¿Podría haber sido yo un pintor abstracto? Si no lo soy es porque soy muy pertinaz...” y añade “...de cualquier forma, no sé muy bien cómo separar lo abstracto de lo figurativo, y creo que nadie lo sabe, ni creo que eso importe mucho”. Cabe aclarar que Juan José Aquerreta siempre ha querido evitar que le encasillaran o encerraran otros en su definición. Cree de la abstracción la forma definitiva, a la que reconoce no poder limitarse. El afirma hallar en su interior la forma libre, que se adecúa a la realidad fuera de él. “...En un camino o en un cuerpo, en un rostro o unos objetos, encuentro, esa forma libre a esa realidad del cuadro el dibujo o la escultura.”

Composición vertical-estudio para una supuesta decoración mural, 1981. Collage sobre papeles de charol de colores, 19 x 21,9 cm.
 

En cuanto a las composiciones con figuras, decir que el artista pintó un cuadro, con tan solo dieciocho años. Se trataba de un grupo humano, repleto de desnudos masculinos y femeninos, símbolos tremendistas, horribles viejas, en definitiva un Akelarre, fiesta pagana en la que un niño de corta edad jugaba en un charco de sangre. Hasta muchos años después, Aquerreta “…olvidó que las figuras pudieran agruparse...”. Cuando reconsidera la posibilidad de crear representando diferentes figuras afirma “...había dado casi un giro de 180 grados...”. Inicia pintando dos figuras hasta ampliar el conjunto hasta seis en algunos dibujos, aunque no haya, de manera explícita, mucha comunicación entre ellas.

En la obra Abrazo de los Atletas consigue enmarcar un abrazo fraternal en una atmósfera acogedora, empleando el color amarillo, el ámbar para ser más exactos. Tonalidad a la que estorbaría la más leve forma ajena a la desnudez de los cuerpos.

Naturaleza muerta de la calavera, 1993. Óleo sobre tabla, 60,5 x 50 cm.

 

Cabe destacar, también, sus naturalezas muertas. Temática en la que debe trabajar con sus alumnos de la Escuela de Artes y Oficios. Tras un casi abandono casi total de dicha temática, se dedicó a ella con gran pasión y como el afirma “...la forma de los objetos más simples, los hermosos colores y sencillas curvas de las frutas fueron muy estimulantes...” y añade “...cuando compongo una naturaleza muerta siento dentro de mí un vértigo como si una fuerza, me sumiera en un estado inconsciente, igual que el que siento pintando en el campo o en el aula o mi estudio con los retratos o las figuras...”.