
Eduardo Chillida
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Arte y naturaleza
Arte y naturaleza, una constante en la obra de Chillida que ha encontrado su máxima expresión en dos de los proyectos del artista donostiarra, uno ya finalizado, Chillida-Leku, y otro aún en ciernes y con un futuro incierto, la Montaña de Tindaya.
Hemos de remontarnos a los inicios de su trayectoria artística para entender y ser conscientes del profundo arraigo que la obra de Chillida tiene en la naturaleza y, especialmente, en la que él ha conocido, su tierra, el País Vasco. Y es que el origen de su obra se encuentra precisamente en esa tierra en la que él ha crecido. De hecho, fue la vuelta al País Vasco en 1951 la que le permitió encontrar la razón de ser de su trabajo. En sus raíces halló el camino y la fuerza para continuar con su labor artística.
Y en esa su tierra encontrará también los materiales con los que elaborar sus obras. Desde aquellos primeros hierros, un material propio de las típicas herrerías vascas, con los que elaborará obras como Temblor de hierro o Yunques de sueño, hasta la tierra o la madera. Materiales que salidos de la naturaleza, serán moldeados y trabajados por las manos del artista, para volver de nuevo a ella, a la naturaleza, y fundirse con ella.
Como ya hemos dicho, el artista aborda esa relación con la naturaleza desde sus primeras obras. Recordemos aquellas primeras obras de los años cincuenta que se plantan en la tierra como si de estelas se tratara y dialogan con ella. Sí, decimos diálogo porque lo que Chillida en ningún momento pretende es, a pesar de lo que por las dimensiones de muchas de sus obras pudiera a veces parecer, que sus creaciones se impongan o dominen a la naturaleza. Ni mucho menos. Lo que el artista busca es una comunión, un equilibrio entre sus obras y ese entorno que les rodea y en el que se sitúan.
Claro ejemplo de ello lo encontramos en obras tan significativas y conocidas como el Elogio del Horizonte de Gijón o el Peine del Viento de San Sebastián en el que los hierros del artista mantienen una estrecha relación con el mar y el viento.
Si se quiere sentir esa armonía que Chillida ha buscado y ha logrado establecer entre el arte y la naturaleza, nada mejor que acercarnos una tarde a Hernani y pasear por las praderas que rodean al caserío de Zabalaga.