“Construir es edificar en el espacio. Esto es la escultura, y hablando en general, la escultura y la arquitectura”[6]. Partiendo de esta afirmación, queda clara la importancia que el artista concede tanto al espacio como al vacío, para construir con ambos lugares. Un juego de límites entre espacio y vacío para crear un lugar.
En este juego de límites es en el que se basa toda la filosofía de Chillida. Al igual que el vacío y el espacio son los materiales de la escultura, el silencio y el sonido lo son de la música. Al igual que el presente es el límite entre nuestro pasado y nuestro futuro, Chillida encuentra en el horizonte un símil muy bello para ese límite del “vacío”: “No es existente, no existe. Yo he pensado si el horizonte… ¿No será acaso el horizonte la patria de todas las personas”[7]. A este horizonte le dedica una escultura en hormigón, Elogio del horizonte, el horizonte que separa el cielo y la tierra.
Este interés por delimitar nace en 1963, tras realizar un viaje a Grecia e Italia. Es esa relación de límites la que crea el espacio externo, un espacio que existe en relación a lo que en él se encuentra. El propio artista afirma: “Mi cuerpo no es un simple fragmento en el espacio sino que no habría espacio si no tuviéramos cuerpo”.
Este pensamiento se materializa también en sus obras, en las que son las líneas que definen y limitan los cuerpos de sus dibujos de 1948 o de sus manos de los años 70 las que a su vez definen el espacio de esos cuerpos y esas manos. Es el límite también el que define el peso de la masa en el Elogio del agua y es el límite lo que el artista cuestiona en obras públicas como las realizadas en Frankfurt, Guernica, Dallas o Gijón.
Espacio-vacío, sonido-silencio. Bipolaridades que han interesado a Eduardo Chillida durante toda su trayectoria artística y que se han visto reflejadas en obras tan bellas y con títulos tan sugerentes como Espacios sonoros, Elogio del aire o De música, entre otras.
“El diálogo limpio y neto que se produce entre la materia y el espacio, la maravilla de este diálogo en el límite, creo que, en una parte importante, se debe a que el espacio, o es una materia muy rápida, o bien la materia es un espacio muy lento. ¿No será el límite una frontera, no sólo entre densidades, sino también entre velocidades?”
|
Eduardo Chillida
|
____________________
[6] En Biblioteca: Busch, Ina. “Eduardo Chillida, arquitecto del vacío. Sobre la síntesis entre arquitectura y escultura”. En: Chillida 1948-1998. Madrid: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, 2000; p. 73. AR CHI-ED 10
[7] En Biblioteca: Bärmann, Matthias. “Cuando la transparencia se hace piedra. Sobre las esculturas de alabastro de Eduardo Chillida”. En: Chillida 1948-1998. Madrid: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, 2000; p. 93. AR CHI-ED-10
Las manos son una constante en la obra de Chillida. Así lo atestiguan sus más de trescientos dibujos, sus más de cien grabados o algunas pequeñas obras en cerámica en las que las manos son el tema central. Manos fuertes, bien definidas, manos en las que los dedos y las uñas aparecen claramente representados. Manos de artista, manos que son algo más que una parte del cuerpo.
¿Por qué ese interés, esa obsesión? Como ya se ha señalado, el espacio ha sido uno de los aspectos que, desde sus inicios, han preocupado al artista donostiarra. Una vez más, es esto lo que Chillida trata de analizar y estudiar a través de sus manos. Las manos como elementos vivos que se cierran y se abren en un intento de capturar el espacio. De alguna forma, en ese movimiento de sus dedos que se pliegan y giran, el artista refleja los movimientos que él mismo realiza cuando trabaja con otros materiales como el hierro.
Además de esos dedos y de la acción de abrir y cerrar la mano, de ese intento de aprehender el espacio, Chillida presta gran atención también a los surcos que se crean en la palma de la mano. De hecho, la propia acción del grabado a punta seca consiste en surcar, acción que aparecerá también en su trabajo escultórico. Esto se aprecia por ejemplo en la obra El Elogio de la luz V, un bloque prismático de alabastro surcado por un arco de circunferencia y líneas rectas.
Así pues, la presencia de las manos en la obra de Chillida va más allá de su representación figurativa y reconocible; se esconde también en esos surcos que presentan sus esculturas o a través de los que crea sus grabados.
La música ha estado siempre muy ligada a Chillida. Exactamente desde que, siendo aún un niño, descubrió a Bach por casualidad. Según se recoge en una anécdota sobre el artista, éste descubrió la música de Bach de manera fortuita: al acudir un día a clase de matemáticas al domicilio particular al que asistía, escuchó una melodía en la escalera. Deslumbrado, olvidó la clase y, sentado en la escalera, se dejó llevar por una de las seis suites para violoncello de Bach. Este fue el primer “encuentro” entre el compositor y el artista.
Su admiración por el alemán es innegable. Así hablaba Chillida sobre Bach: “Bach se acerca a las olas del mar que, en apariencia, son siempre las mismas, aunque diferentes, y eso es Bach, justo eso”. Esta admiración ha quedado plasmada en la obra La casa de Johann Sebastian Bach (1981), una escultura en hierro con la que el artista “[…] quería expresar esa fuerza de los pulmones de Bach, la potencia de la música de Bach y sus variaciones –esas variaciones increíbles tan parecidas entre sí-, el poder de expandirse en el tiempo y el espacio […]”.
En esta obra Chillida cree haber conseguido plasmar su propia concepción de la música que viene determinada por el tiempo y la relación de éste y el espacio. En opinión del escultor donostiarra, la arquitectura está estrechamente unida a la música, de manera que un intervalo implica la proporción, y la composición la armonía arquitectónica de la obra.
Arte y naturaleza, una constante en la obra de Chillida que ha encontrado su máxima expresión en dos de los proyectos del artista donostiarra, uno ya finalizado, Chillida-Leku, y otro aún en ciernes y con un futuro incierto, la Montaña de Tindaya.
Hemos de remontarnos a los inicios de su trayectoria artística para entender y ser conscientes del profundo arraigo que la obra de Chillida tiene en la naturaleza y, especialmente, en la que él ha conocido, su tierra, el País Vasco. Y es que el origen de su obra se encuentra precisamente en esa tierra en la que él ha crecido. De hecho, fue la vuelta al País Vasco en 1951 la que le permitió encontrar la razón de ser de su trabajo. En sus raíces halló el camino y la fuerza para continuar con su labor artística.
Y en esa su tierra encontrará también los materiales con los que elaborar sus obras. Desde aquellos primeros hierros, un material propio de las típicas herrerías vascas, con los que elaborará obras como Temblor de hierro o Yunques de sueño, hasta la tierra o la madera. Materiales que salidos de la naturaleza, serán moldeados y trabajados por las manos del artista, para volver de nuevo a ella, a la naturaleza, y fundirse con ella.
Como ya hemos dicho, el artista aborda esa relación con la naturaleza desde sus primeras obras. Recordemos aquellas primeras obras de los años cincuenta que se plantan en la tierra como si de estelas se tratara y dialogan con ella. Sí, decimos diálogo porque lo que Chillida en ningún momento pretende es, a pesar de lo que por las dimensiones de muchas de sus obras pudiera a veces parecer, que sus creaciones se impongan o dominen a la naturaleza. Ni mucho menos. Lo que el artista busca es una comunión, un equilibrio entre sus obras y ese entorno que les rodea y en el que se sitúan.
Claro ejemplo de ello lo encontramos en obras tan significativas y conocidas como el Elogio del Horizonte de Gijón o el Peine del Viento de San Sebastián en el que los hierros del artista mantienen una estrecha relación con el mar y el viento.
Si se quiere sentir esa armonía que Chillida ha buscado y ha logrado establecer entre el arte y la naturaleza, nada mejor que acercarnos una tarde a Hernani y pasear por las praderas que rodean al caserío de Zabalaga.
Que el material de sus obras es un aspecto esencial para Eduardo Chillida es un hecho, llegando incluso, en opinión de algunos expertos, a poder establecer periodos en la trayectoria del artista en función de este criterio. Antes de analizar más profundamente las distintas etapas, veamos rápidamente cuáles son esos materiales y cuándo los utilizó el artista (teniendo claro que el uso de uno no implica necesariamente la renuncia o el abandono del resto).
1948-51 Piedra y yeso
1951 Hierro
1959 Madera y acero
1965 Alabastro
1966 Granito
1971 Hormigón
1973 Chamota-tierra
De cada uno de ellos destaca una cualidad. Así en los alabastros trabaja la luz y la transparencia; en la madera los nudos y rugosidades son los protagonistas; en el hierro destaca su expresividad cromática cambiante; en el acero y el hormigón serán protagonistas su densidad y gravedad.
El escultor hace los cambios de materiales siempre en función de lo que quiere expresar en cada momento y en cada obra, y de la ayuda que el material puede prestarle para expresar eso que desea.
Tras abandonar los estudios de arquitectura, Chillida entra en el taller de escultura de José Martínez Ripollés. Ya en 1948, tras ver las esculturas de la Grecia arcaica en el Louvre comienza a hacer sus primeras obras en yeso.
El artista no realizó muchas obras durante estos años y, además, muchas se le rompieron en el viaje de vuelta de París o las destruyó él mismo, de manera que únicamente se conservan cinco piezas: tres obras de 1948 (dos yesos, Torso y Forma, y el relieve en plomo Maternidad); un yeso de 1949 (Yacente al que se le destruyeron las piernas) y un yeso de 1950 (Concreción). La obra más importante es el gran mural que le encargaron para el estadio de fútbol de Atocha en San Sebastián, del que sólo se conservan los dibujos preparatorios y una fotografía.
En estas primeras obras se percibe la influencia del arte cicládico (3000-1200 a.C.) del que adopta la definición espacial de planos, y del arte arcaico griego del Louvre, del que toma el concepto de estatuaria, además de la de otros escultores anteriores como Brancusi, Matisse o Picasso. Sin embargo, poco a poco, el escultor donostiarra irá definiendo su particular personalidad artística, desmarcándose de esos iniciales referentes.
“(…) Yo estaba trabajando primero en yeso, pero me daba cuenta de que no era el material para la realización de esa obra. Que yo estaba trabajando en un material que no era el material que tenía que ser para trabajar en relación con esa luz a la que yo pertenezco. Entonces se me ocurrió de repente: ¿No será el hierro, no será el hierro? Y me fui a ver a Illaramendi. Bajé, le conocí y me dí cuenta, ya al entrar en la fragua, de que había acertado. ¡Todo era negro! Ahí es donde yo descubro el hierro. (…)”.[8]
La vuelta a su tierra natal supone el comienzo de su trabajo con un material propio y característico de la tradición rural vasca: el hierro.
De hecho, cuando instala una fragua en el garaje de su casa “Vista Alegre”, contrata como ayudante a José Cruz Iturbe y con él acude en busca de hierro pudelado, que es más resistente a la oxidación, por las chatarrerías guipuzcoanas. El viejo herrero comentará que buscando esos hierros “he pasado vergüenzas, como si fuéramos gitanos”[9]. Este interés por la materia y su oxidación también estará presente después en los aceros, por ejemplo, en las columnas de De música en Dallas; o en el color del hormigón, al que le añadirá virutas de óxido de hierro.
El hierro es un material preponderante en la obra de Chillida por las connotaciones que respecto a su tierra y su cultura tiene para el artista. El hierro estará presente en todas sus épocas y nunca desaparecerá enteramente de su producción.
____________________
[8] En Biblioteca: Terés, Mario. “Eduardo Chillida en conversación con Mario Terés”. En: Chillida. Bilbao: Galería Colón XVI, 2000; p. 6. AR CHI-ED 12
[9] En Biblioteca: Barañano, Kosme de. “Elogio del fuego”. En: Chillida: Elogio del hierro. Valencia: IVAM, Institut Valencià d’Art Modern, 1998; p. 19. AR CHI-ED 18
Su trabajo con la madera comenzó con el uso de materiales de deshecho: viejas y sólidas vigas procedentes de los trabajos de restauración de iglesias y antiguos edificios derruidos. Precisamente, la primera de la serie de esculturas, Abesti Gogora I (1961), la realizó con unas vigas que encontró casualmente un día en Navarra. Fue la primera pieza escultórica a gran escala creada por Chillida.
A pesar de haber cambiado de material, el artista sigue explorando el mismo “problema”: la relación entre la gravedad y el peso. De hecho, este tema continuará presente en sus trabajos de granito y otros materiales. “El problema común de toda mi obra reciente, en madera y también en hierro, es el espacio interior, consecuencia y al mismo tiempo origen de los volúmenes positivos exteriores […] Mi obra se dirige hacia un hermetismo total, dado que, para tratar de definir estos espacios interiores, es necesario envolverlos haciéndolos inaccesibles al espectador situado en el exterior. Mis obras en sí no son la cosa más importante, en mi investigación lo que intento conseguir no son las obras sino lo que no se ha llenado, la parte vacía, pues, sobre la cual, de acuerdo con la misma naturaleza del problema, no se comunica nada, o solamente se comunica lo mínimo con los espacios infinitos que nos definen a nosotros mismos. Estos problemas de espacio que le he comentado, desde siempre han pertenecido al terreno del arquitecto, pero los espacios arquitectónicos son definidos por superficies, en otras plabras: lo que es tridimensional es definido por lo bidimensional (…)”.[10]
Frente al hierro, la madera –fundamentalmente roble, árbol que simboliza al pueblo vasco- provoca que sea la masa la que predomine sobre el lugar, y la que limite mayormente al espacio. Sin embargo, no es muy numerosa la obra en madera de Chillida, algo cuando menos curioso, teniendo en cuenta que es un material muy presente en el paisaje vasco. Son pocas, pero de gran calidad. Obras fuertes, mágicas, cargadas de un gran fondo étnico y ecológico.
En cuanto al acero, su primera obra en este material será Rumor de límites IV, siguiendo después con otras piezas en las que aún trabajaba el acero a base de martillo.
____________________
[10] En Biblioteca: Barañano, Kosme de. “Elogio del fuego”. En: Chillida: Elogio del hierro. Valencia: IVAM, Institut Valencià d’Art Modern, 1998; pp. 26-27. AR CHI-ED 18
Por primera vez Chillida va a emplear un material al margen de la tradición y cultura vascas: el alabastro. Será a partir de 1965 e iniciará este grupo de obras con un trabajo dedicado –a Kandinsky-, aspecto curioso y que subraya el carácter tan personal de las obras realizadas con este material. Una etapa que comienza en 1965 y que continuará intensamente hasta 1969, retomándose también en momentos puntuales posteriores, por ejemplo en 1976, en su Homenaje a Goethe.
¿Por qué ese interés por al alabastro? Lo que le atrajo a Chillida fueron sus cualidades lumínicas. El artista asociaba la opaca e incluso sombría luz del alabastro con la luz de su tierra natal, el País Vasco.
Así pues, si bien no era un material típico de la cultura vasca, sí que, desde el punto de vista y el sentimiento del artista, guardaba relación con este lugar.
Así desde 1965 creó entre cuarenta y cincuenta esculturas en alabastro. La primera fue Homenaje a Kandinsky (1965). Además de las tres series mayores: Elogio de luz (hasta 1990), Elogio de la Arquitectura y otra dedicada a Goethe, realizó grupos más pequeños dedicados a Jorge Guillén o el mar, entre otros temas. Eso sí, no en todos los casos utilizó el alabastro únicamente, sino que lo mezcló también con otros materiales como, el granito y el acero en el caso de Lo profundo es el aire, o la madera en el Homenaje a Kandinsky.
Las limitaciones con las que se había encontrado el artista al trabajar con la madera volvieron a plantearse al utilizar el granito, pues la rigidez de los bloques suponía serios obstáculos. Eso sí, el artista continuó trabajando sobre la relación de equilibrio entre peso y gravedad, que no sufrió alteraciones a pesar de la diferencia entre ambos materiales: la mayor ductilidad de la madera frente a la resistencia del granito.
Chillida, deseoso de realizar siempre más obras de gran volumen, centra pronto su interés en el material más usual de la arquitectura moderna, el cemento, material que empieza a estudiar con ayuda del ingeniero José Antonio Fernández Ordóñez en 1971.
El primer proyecto realizado en hormigón fue Lugar de encuentros III, obra voluminosa y, al mismo tiempo, articulada, que fue ideada para estar en suspensión y que se encuentra instalada en el Museo de Escultura al Aire Libre de Madrid, bajo un puente que se construyó sobre el paseo de la Castellana. Se trata de un nuevo reto en esa búsqueda del equilibrio entre peso y gravedad, al oponerse a esa idea de levedad que parece ha de acompañar a las obras en suspensión y contrastar con la fuerza de la gravedad del bloque.
“Al hormigón llego, como siempre, por el problema de análisis espacial. Con este material se habían hecho muchas cosas, pero nunca se le había suspendido en el aire, lo cual contradice todas sus leyes. El asunto vino en función una vez más de una visión que tuve de una grúa en acción: el espacio cambia cuando un objeto está en el suelo o cuando es levantado; el peso levantado cambia la acción del espacio. La realidad no es sólo física, es mucho más: si eliminas la parte física, puedes percibir cómo, por ejemplo, el espacio está colaborando con la levitación más que con la gravitación. En el hormigón, en concreto, me interesaba producir una rebelión a partir del peso. En cuanto a la forma, el tema requiere un espacio interior muy definido y muy amplio. Yo no hago sino colaborar con esa función ascendente, que es como la de un globo. En cierta manera, estas esculturas tienen pulmones; creando un vacío dentro que tiene una función ascendente”.[11]
____________________
[11] En Biblioteca: “La escultura: desarrollo histórico”. En: La obra artística de Eduardo Chillida. Bilbao: Caja de Ahorros Vizcaina, 1988; p. 22. AR CHI-ED 11
En 1977 entra en una nueva etapa marcada por el uso de un nuevo material, la tierra, que, aunque parezca sorprendente, producía rechazo al artista: “Cuando yo dejé la carrera de arquitectura fui al taller de un escultor que me dio barro para modelar, pero esto nunca me ha gustado y sigue sin gustarme. Después de muchos años de no tocar la tierra vi cómo –en Saint Paul de Vence, donde he realizado muchos de mis grabados- un ceramista preparaba bloques de tierra que no se parecían en nada a la tierra que yo conocía. Lo que aquel ceramista preparaba era la chamota, mezcla de tierra y de tierra cocida y pulverizada, lo que le da una mayor consistencia y un toque distintos”.[12]
Es en 1977 cuando empieza a trabajar la terracota con Hans Spinner en St. Paul de Vence, en especial la tierra chamota. Se trata de obras realizadas en tierra, con diferente tonalidad según el horno utilizado, el de leña o el eléctrico. En ellas se refleja también la problemática del espacio que interesaba a Chillida, tanto en las delimitaciones cromáticas negras (debidas al óxido de cobre) como en los cortes (realizados con diversos instrumentos). Son las obras denominadas Lurrak.
Con estas lurras el artista dulcifica y suaviza la linealidad de sus obras en hierro u hormigón. La chamota es una tierra cocida, molida muy finamente que contiene cierto óxido de hierro.
Algunas de estas piezas son cocidas de nuevo en un horno de leña a unos 1.350 grados, suprimiendo en algunos momentos la alimentación de oxígeno, de modo que se consume el existente en la propia tierra chamota recobrando así los óxidos el color específico del metal. Otras piezas, sin embargo, aquellas que aparecen como con tinta negra cuyo fondo es una tierra mucho más blanquecina, son cocidas en horno eléctrico en atmósfera de oxidación a 1.300 grados.
De esta forma se consigue una saturación de oxígeno durante la combustión, logrando la desaparición de los metales que existen en la pasta. Tras esta primera cocción y acoplándose a la forma de la pieza, Chillida la cuestiona de nuevo dándole un óxido de cobre que en una segunda cocción a 1.120 grados adquirirá ese color negro, resultando esa especie de escultura-grabado.
Este es el resultado de ese arduo proceso: las lurras de Chillida, un cambio en su trabajo que fue aceptado con gran entusiasmo por el público.
____________________
[12] En Biblioteca: “La escultura: desarrollo histórico”. En: La obra artística de Eduardo Chillida. Bilbao: Caja de Ahorros Vizcaina, 1988; p. 27. AR CHI-ED 11