Poesía fonética y poesía sonora

Es innegable que la transmisión cultural de los pueblos ha sido posible gracias a la tradición oral. En este contexto, los poemas y canciones han jugado un papel fundamental, ya que permitían recordar con mayor facilidad las letras e historias que narrar. Era habitual, además, que muchos de ellos incorporaran licencias como onomatopeyas o elementos sonoros carentes de significado.

A medio camino entre la música y la literatura, la poesía fonética se caracteriza por incorporar en sus creaciones elementos como el ritmo, la intensidad, el sonido o el tono. La forma de conservar estos poemas ha sido plasmándolos en forma escrita, aunque sus palabras carecieran de significado. Hoy en día, los avances tecnológicos y la popularización de los medios audiovisuales han permitido la publicación de colecciones de poemas sonoros en medios diferentes al papel, desde las primeras cintas magnetofónicas hasta medios digitales o incluso en formato en línea.

El nacimiento de la poesía fonética, entendida como el tipo de poesía experimental [+info] en el que predomina el sonido, obviando el significado de las palabras, está ligado a las vanguardias artísticas de comienzos del siglo XX, especialmente al futurismo, dadaísmo, y al movimiento MERZ, creado por Kurt Schwitters. Muchos poetas futuristas rusos creaban sus poemas mediante la yuxtaposición de sustantivos, «hasta llegar a la base más primitiva del idioma, la onomatopeya y el ruido» (MerzMail 2012), basándose en los poemas tradicionales y folklore de su país.

El dadaísmo por su parte, primaba la espontaneidad y el caos frente a la rigidez. Pretendía así crear un anti-arte que rompiese con las normas establecidas en el mundo del arte, dominado por la burguesía. Poetas como Paul Scheerbart o Christian Morgenstern realizaron sus primeras incursiones en la poesía fonética, con obras formadas por sonidos que recordaban al alemán, pero que carecían de significado alguno. Hugo Ball, poeta de origen alemán afincado en la Suiza neutral de la I Guerra Mundial, inventó la «anti-poesía», formada por sonidos sin significado alguno, como protesta por el uso que el periodismo hacía del lenguaje. Suyo es el poema «Karawane», considerado el primer poema sonoro del dadaísmo, formado por fonemas sin ningún significado.

Por otro lado, había autores que encontraron inspiración en la música y poemas africanos, que simplemente transcribían.

Incluido en el dadaísmo encontramos al austríaco afincado en Berlín Raoul Hausmann. Este artista multidisciplinar fue el creador de los «poemas optofonéticos», inspirados en el letrismo [+info]. Estaban compuestos por vocales y consonantes, de diferente tamaño y tipografía, reducidas a su aspecto visual.

Fue el artista alemán Kurt Schwitters quien desarrolló de forma definitiva la poesía fonética. Cuando le expulsaron del movimiento dadaísta de Berlín, creó en Hannover su propio movimiento, al que denominó MERZ, y que abarcaba todas las disciplinas artísticas. En lo que a la poesía se refiere, cualquier sonido era para él susceptible de formar parte de un poema.

Hugo Ball. Karawane.Kurt Schwitters. Anna Blume.

A partir de los años 50, tanto el letrismo [+info] como el concretismo [+info] incorporaron poemas sonoros a su proceso de experimentación. La invención y popularización de aparatos como el magnetófono, que ofrecían nuevas formas con las que grabar el sonido, supuso un nuevo impulso a la poesía fonética. Artistas como Henri Chopin o Bernard Heidsieck pasaron entonces a hablar de «poesía sonora», refiriéndose a cualquier poema pensado para ser registrado con un magnetófono. Esta nueva tecnología les permitía incorporar a sus poemas cualquier sonido que grabaran en su entorno.

No podemos olvidar dos figuras que revolucionaron el panorama cultural vasco, como fueron Mikel Laboa [+info] y Joxeanton Artze [+info]. Ambos fueron parte del grupo de intelectuales que fundó el grupo cultural Ez Dok Amairu. Inmersos en un proceso de experimentación creativa, se inspiraban en canciones tradicionales vascas para crear poemas, que luego musicalizaban. Son paradigmáticas creaciones como Baga, biga, higa, de Laboa [+vídeo] o Ikimilikiliklik, de Artze.

Por último, en España cabe destacar la figura de Juan Eduardo Cirlot, cuya serie dedicada a Bronwyn, la protagonista de la película El señor de la guerra, incluía diversos poemas sonoros.