José Luis Zumeta es considerado uno de los artistas más representativos de la pintura de postuerra en el País Vasco, partícipe de la denominada Escuela Vasca de la segunda mitad del siglo XX. Su obra, extensa y heterogénea, ha pasado a lo largo de los años por múltiples fases aunque en todas ellas se muestra la capacidad léxica o parlante del color.
A finales de los años 50, tras una fructífera estancia en París donde conoce de primera mano gran parte de las últimas tendencias artísticas, y un extenso viaje por el norte de Europa, Zumeta regresa al País Vasco y comienza a trabajar en Fuenterrabía con el escultor Remigio Mendiburu. En este momento es cuando José Luis Zumeta se inicia en el campo de la abstracción, que según palabras de José Luis Merino, produce una pintura gestualizante y bastante líquida. Este primer alejamiento o eliminación de todo lo accesorio en su pintura, le llevará a trabajar en la creación de franjas horizontales de colores puros. Se trata de sus primeras obras reflexivas, una serie de pinturas donde la temática es la propia inmanencia de la pintura.
Ya en la década de los 70, concretamente entre 1974 y 1976 trabaja concienzudamente con volúmenes, continuando con la construcción de altos relieves. De esta etapa destacan las obras resultantes de su colaboración con la Galería Grises de Bilbao: casi todos los trabajos presentados fueron relieves. Paralelo a este tipo de trabajo, Zumeta va a realizar una serie de murales de cerámica policromada, fácilmente comparables, por estética y composición, con prácticas artísticas como el grafiti. Sin embargo, y según él mismo ha confesado, este campo era muy complicado por las dificultades de ejecución que conllevaba y por el elevado coste económico que suponía, por lo que decide centrarse en la pintura. En cualquier caso no lo abandona definitivamente ya que en 1986 realiza para la localidad costera de Zarauz una pieza escultórica que responde a una combinación entre la técnica cerámica empleada en el mural y la construcción de volúmenes.
Coincidente a los acontecimientos anteriormente citados, aunque acotada entre 1975 y 1977, la obra pictórica de Zumeta está profundamente marcada por el gris. Se trata de una obra especialmente singular dentro del resto del trabajo del artista vasco. Según el propio José Luis Zumeta, en esta nueva etapa sus cuadros son como los anteriores pero marcados por un velo gris. La singular belleza de estas obras parece engrandecerse por encontrarse entre los límites de otros dos momentos creativos cargados de color, y por ser la primera y única vez en toda la trayectoria artística de Zumeta en la que el gris se hace el protagonista en sus pinturas, aunque combinado a la perfección con otros tímidos colores como el rosa, el amarillo o el azul. Se percibe en estas pinturas de “grises” un aire más sereno e íntimo propio de un informalismo ortodoxo, desterrando por poco tiempo la esencia colectiva y vigorosa presente en la mayoría de sus obras. Digamos que si en la obra de Zumeta se van a ir sincronizando diversos estilos como el expresionismo abstracto, el surrealismo onírico o rasgos claramente picasianos que siempre ha conseguido equilibrar en sus pinturas, bien por un interés insaciable por la experimentación o por una necesidad de alejarse del academicismo en todas sus formas posibles, en este periodo creativo marcado por los grises se produce una única elección, una manera concreta de hacer pintura, puramente informalista.
Como gran pintor colorista que José Luis Zumeta es, emplea el color como argumento de cambio, por lo que tras este “paréntesis” cromático, inicia, como gran cantidad de artistas coetáneos, una época de pop-art que le hace entregarse al color y por primera vez en su trabajo y tras veinte años inmerso en la más estricta abstracción, a la figuración. Paradójicamente estas obras conviven a la perfección con otras de fuerte intención sociopolítica y tintes de denuncia social. Esta nueva etapa creativa en la trayectoria de José Luis Zumeta comienza entre 1978 y 1979, y es de una figuración feroz, empleando la denominación que la historiadora del arte María Aguiriano [1] da a este periodo artístico del pintor vasco. Este es un momento de experimentación de nuevos lenguajes y eso provoca que también convivan diversas técnicas pictóricas en el trabajo de Zumeta: acuarela, témpera, óleo, acrílico,... incluso resina de poliéster empleada sobre lienzo.
A lo largo de los años 80 la obra de José Luis Zumeta continúa en el campo de la figuración aunque con notables cambios. Si a finales de la década de los 70 llegaba a ser incluso feroz, durante este nuevo periodo es fragmentada, mostrada a través de elementos reconocibles pero incompletos e independientes, en una narración a veces altamente expresionista y otras de fuertes connotaciones oníricas. Pero como en tantos otros momentos de la trayectoria creativa de Zumeta, conviven diversos lenguajes. Por ello también en estos años la obra de Zumeta versa sobre un mundo figurativo y mágico que recuerda irremediablemente a la pintura naïf. Estas piezas van a suponer también la introducción de nuevos materiales: cartón corrugado como soporte y pintura al temple para ejecutar la obra. Estas nuevas creaciones recibirán el nombre de Papiros y serán realizadas entre 1984 y 1985. Los cartones de Zumeta son tremendemante evocadores e "impactan por el desbordamiento de alegría que transmiten, porque exhalan pasión: por la vida, por la propia pintura y por el placer de pintar". [2]
Los trabajos que José Luis Zumeta desarrolla tras la elaboración de los Papiros se contraponen radicalmente tanto a estos como a la serenidad de la época de las pinturas de grises. Zumeta va a comenzar una serie de obras que provocan vértigo y desasosiego, son obras vigorosas y de persecución del instante, responden con contundencia a la corriente de neoexpresionismo posmoderno imperante en aquellos años en Europa y muestran su buen manejo de la pintura gestual. Ya en los años 90 José Luis Zumeta vuelve a la abstracción más profunda, aunque explora con diferentes cromatismos que sugieren universos bien distintos. En 1994, a través de la exposición celebrada en Bilbao titulada Serie Aralar-Serie Atlas, se hace especialmente visible la capacidad de Zumeta para sincronizar trabajos de diferente inspiración. Las obras realizadas en estos primeros años de la década tienen un fuerte carácter telúrico: por un lado los paisajes de la Sierra de Aralar que comparten Guipúzcoa y Navarra, dibujados in situ con amplios trazos de tinta china sobre papel blanco y que el pintor concluye coloreando en el estudio; y por otro, un trabajo mucho más pictórico con resultados cromáticos alegres, opacos y aterciopelados gracias a la textura que proporciona la témpera empleada, consiguiendo también una impecable luminosidad propia de su pintura. Ambos trabajos forman parte de lo que podría denominarse un viaje sentimental, fruto de un viaje que el propio Zumeta realiza por estas dos regiones. Territorios reales que producen paisajes de elevada abstracción expresionista y fuerte carga poética, en definitiva paisajes sentidos, imaginados e íntimos. Este camino de interpretación del paisaje va a ser el que continúe hasta finales de los 90 y principios del 2000, aunque no siempre con los mismos resultados.
Otra consecuencia resultante de los viajes de Zumeta a finales de la década de los 90 son sus dibujos, a veces a tinta china o grafito, otras a témpera o acuarela. Especialmente fructífero es el cuaderno de viaje de su recorrido por el oeste de África, visitando Marruecos, Mauritania y Mali, entre otros países. Las imágenes resultantes son coloristas y evocadoras, capaces de transmitir las sensaciones del pintor al encontrarse antes los parajes africanos y sus gentes.
Durante esta década Zumeta realizará nuevos viajes, algunos para la supervisión de exposiciones dedicadas a su trabajo, como la acaecida en la galería Haim Chanin Fine Arts de Nueva York, y otros más bien inspiradores de nuevas creaciones. Viaja de nuevo a África pero también visitará América, siendo en este último caso Argentina escenario de inspiración artística. En el país suramericano va a llevar a cabo un número considerable de témperas sobre papel de reducidas dimensiones, si las comparamos con sus formatos habituales, y en las que predominan los colores primarios con sus posibilidades de mezcla: violáceos combinados de forma llamativamente armoniosa con verdes, rojos, azules y amarillos.
Entre el 2006 y el 2008, Zumeta va a participar en dos proyectos especialmente sugerentes. El primero va a ser el diálogo entre sus pinturas y la poesía del inglés Peter Redgrove, muestra de la sensibilidad del artista vasco a otras manifestaciones artísticas y la retroalimentación que pueden generarse entre ellas. El segundo al que hacer referencia es la colaboración de Zumeta al proyecto que impulsó su hija Usoa Zumeta, junto con la publicación Globo Rojo. Esta acción colaborativa que se llamó Ay! corazón, se realizó para ilustrar los poemas escritos en los años 80 por los internos del Hospital Psiquiátrico de Mondragón (Gipuzkoa) y publicados entonces por la revista Globo Rojo. José Luis Zumeta se inspiró en los sentimientos y las angustias de estos enfermos para realizar una edición limitada de serigrafías, concretamente 150 ejemplares de 30 x 35 cm, firmadas y numeradas. En esta obra de arte se percibe una expresión de sentimiento sin tapujos, donde se vislumbra la desolación y la alegría, la abstracción total mediante formas geométricas y un cromatismo de contrastes o la figuración más evidente mediante la representación de una flor, un pez, una hoja, un ojo o la luna. Quizás sea una de las obras de Zumeta donde el universo de Miró, tantas veces evocado por el pintor vasco, se deje ver con mayor franqueza.
[1] Euskal margolariak: Aurreski Kutxen Bildumetan = Pintores vascos: en las colecciones de las Cajas de Ahorros. VI, Abstracción Vasca: inicio y desarrollo, 1928-1980. Bilbao: Bilbao Bizkaia Kutxa; Vitoria-Gasteiz: Fundación Caja Vital Kutxa Fundazioa; Donostia-San Sebastián: Kutxa Fundazioa = Fundación Kutxa, 1996.