El académico italiano Francesco Casetti (1994) destaca en su obra “Teorías del cine”, que el séptimo arte no realiza una representación de la realidad, sino una representación de la imagen que una sociedad tiene de esa realidad.
En este sentido, en los últimos años se están realizado numerosos estudios que analizan la forma en la que las bibliotecas, y por ende los profesionales que en ellas trabajan, se reflejan en el cine, para conocer los estereotipos con los que se les representa en el imaginario social (Iturbe Fuentes, Ramírez Leyva 2017, p. 26). Es importante para nosotros conocer cuál es la percepción que la sociedad tiene de nuestra profesión. Si prevalece la imagen del bibliotecario, o bibliotecaria más bien, negativa, o, por el contrario, con el paso de los años este tópico se ha quedado atrás. Para comprobarlo, hemos realizado una selección de películas de nuestro fondo bibliográfico, en el que tienen un espacio las bibliotecas o las personas que trabajan en ellas. Su relevancia en la trama del filme varía, pero todas ellas servirán para poder alcanzar nuestros fines.
Es una realidad que la sociedad ha asociado la figura de la persona que trabaja en una biblioteca con una mujer mayor, soltera, mejor dicho, solterona, estricta, aburrida, malhumorada y nada atractiva. En cuanto a su aspecto físico, son un clásico el moño y las gafas, y acompañados de vestimentas conservadoras y zapatos cómodos.
En el caso de los bibliotecarios, también predominan las vestimentas clásicas y conservadoras, y son mayoría los que utilizan gafas. En cuanto a su carácter, nos encontramos con hombres tímidos y aburridos en su mayor parte, salvando algunas pocas excepciones.
Este arquetipo negativo ha tenido su reflejo en muchas de las películas en las que se representaban profesionales de la información, en un papel más o menos importante. Sin embargo, a tenor de las películas analizadas, cabe destacar que esto no ha ocurrido siempre así.
En general, son las bibliotecas públicas, especialmente las estadounidenses, las que han recibido mayor atención del mundo del cine, probablemente debido a un desarrollo más temprano de la biblioteconomía en el país americano respecto al resto del mundo y a una mayor fortaleza de la industria cinematográfica. Allí, en las últimas décadas del siglo XIX, la mujer se empezaba a incorporar al mundo laboral. Entre las profesiones que se consideraban más “apropiadas” para el género femenino estaba la de bibliotecaria, ya que las bibliotecas, como centro del saber y el conocimiento, se percibían como un sitio “decente” y adecuado para las mujeres.
La primera película de la historia de la que se tiene constancia que su protagonista es una bibliotecaria se rodó en 1912, con el título The Librarian [+info], aunque no se pueden conseguir imágenes de la misma, se sabe de su existencia por aparecer listada en la filmografía de su actriz protagonista, Mary Fuller.
En los albores del cine, las películas mudas se caracterizaban por realizar una crítica de los problemas sociales de la época (Trevis y Trevis 2005, p. 9). La irrupción de la mujer en el mundo laboral vino marcada por una brecha salarial respecto a los hombres, y esta desigualdad afectó también al mundo de las bibliotecas. Este hecho no pasó desapercibido para el séptimo arte, como quedó plasmado en sendas películas rodadas alrededor de 1920. Ruth Ann Baldwin dirigió en 1917 A wife on the trial [+info], película en la que Mignon Anderson da vida a Phyllis Narcissa Braithwait, una bibliotecaria infantil entregada a su trabajo, que cobra un salario de 50 $ al mes. Con ese sueldo le resulta imposible cumplir su sueño de tener una casa con un jardín lleno de rosas. En la misma línea, siguiendo con la crítica a las condiciones laborales de la profesión, nos encontramos con The Blot [+info], también dirigida por una mujer, Lois Weber, en 1921. Amelia, una bibliotecaria, y su padre, profesor universitario, viven una situación dramática ya que sus sueldos no les da para llevar una vida digna, incluso se ven en apuros para comprar comida cuando la chica cae enferma. En ambos casos, es un hombre quien “rescata” a las chicas de la situación de miseria en la que viven.
En estos años en los que la industria cinematográfica empezaba a despegar, las bibliotecarias representaban personajes con un fuerte compromiso ético, y todavía no habían sido etiquetadas con los estereotipos negativos que predominan en muchas de las películas que se rodaron después. Las bibliotecas se representaban como un entorno amigable, el escenario en el que se desarrollaban romances, si bien es cierto que solían acabar con la bibliotecaria casada y abandonando su profesión.
Podemos encontrar numerosas películas en las que bibliotecarias atractivas y modernas enamoran a hombres que, en muchas ocasiones, guardan un pasado oscuro o albergan turbias intenciones. Tal es el caso de No man of her own (Casada por azar) (1932) [+info], en la que Carole Lombard da vida a la bibliotecaria Connie Randall, que enamora a un tahúr de Nueva York interpretado por Clark Gable. En Young bride (1932), Helen Twelvetrees interpreta a una joven bibliotecaria que se siente atraída y se casa con un hombre que la engaña desde el primer momento de su relación. En la misma línea, Greer Garson da vida en Adventure (Aventura) (1945) a una bibliotecaria atractiva y sofisticada que acaba por enamorarse de un marino mercante que en un primer momento le saca de quicio con sus comentarios pedantes y comportamiento inapropiado, papel protagonizado de nuevo por Gable.
No obstante, esta imagen pronto cambió. Chaintreau y Lemaître (1993) explican que, en los años 30, después del crack económico que sufrió Estados Unidos en 1929, se había promulgado una ley en Estados Unidos que impedía trabajar a las mujeres casadas. Por eso, si bien eran muchas las chicas jóvenes que se ganaban la vida como bibliotecarias, se veían obligadas a abandonar sus puestos de trabajo en cuanto contraían matrimonio. Las que seguían trabajando eran, efectivamente, mujeres solteras, que tuvieron que sufrir el estigma de la sociedad por no seguir los patrones establecidos. En lugar de considerarlas garantes del conocimiento y el saber, se vieron relegadas a que se les asignara el papel de personas estrictas, aburridas y hasta cierto punto amargadas, cuya única preocupación era hacer cumplir unas normas rígidas.
No todas las imágenes son peyorativas, ya que también hay ocasiones en las que la biblioteca cumple con el papel social de desarrollo de la cultura en la comunidad a la que sirve, y la persona encargada de su gestión es alguien realmente comprometido y con fuertes valores. En este sentido, encontramos la película Storm Center (En el ojo del huracán) [+info], rodada en 1956 por Daniel Taradash. Bette Davis encarna a Alicia Hull, la responsable de una biblioteca pública, muy querida por todos los habitantes del pueblo. Un día, recibe una “invitación” de la corporación local para que retire de las estanterías un libro en el que se predicaban las bondades del comunismo. A cambio, el ayuntamiento creará la tan ansiada sección infantil de la biblioteca. Si bien Alicia en un primer momento acepta, tras recapacitar, se niega a ejercer la censura en su biblioteca, alegando que no pueden tener miedo de las ideas expresadas en ningún libro. La película supone un alegato contra la caza de brujas, la campaña anticomunista iniciada por el senador Joe McCarthy, durante la primera mitad de la década de los años 50 que tanto afectó a muchas personas del mundo del cine.
De la misma forma, en la película The Shawshank Redeption (Cadena perpetua) [+info], rodada años después, aparece representada la biblioteca de una prisión. Tim Robbins interpreta a un banquero condenado a cadena perpetua por el asesinato de su mujer. Él consigue, gracias a su tesón, una asignación anual del Senado de Estados Unidos con la que convierte un almacén de libros en una verdadera biblioteca, con la que consigue que los reclusos se formen y se eduquen; en definitiva, que se sientan hombres libres en los ratos que pasan allí.
No hay lugar a dudas de que el cine ha sido hasta hace muy pocos años uno de los medios de comunicación de masas más influyentes con el que perpetuar, o cambiar, los estereotipos comúnmente aceptados en nuestra sociedad. Es cierto que las imágenes peyorativas pueden resultar más abundantes de lo que nos gustaría, pero este hecho debe movernos a la reflexión sobre las razones para que ése sea el arquetipo que la sociedad tiene de nuestra profesión. Sin embargo, hoy en día, con el desarrollo de la sociedad de la información e implantación de las redes sociales, las y los profesionales de la información tenemos en nuestra mano una herramienta muy potente con el que demostrar que nuestro trabajo va mucho más allá de colocar libros y mantener un silencio sepulcral, casi sagrado, en nuestros centros.