Desde la pintura en la que integra objetos hasta la fotografía y los textos, todo el trabajo de Manuel Rufo gira en torno a la vida cotidiana desde el punto de vista de las pasiones. Rufo realiza sus composiciones sobre palabras, sobre fragmentos de diálogos. Su obra se bifurca entre una investigación formal que le lleva a utilizar elementos muy diversos y a realizar un mestizaje que paulatinamente va definiendo su estilo, y un contenido melancólico amasado con el fracaso sentimental, la incapacidad de realizar los sueños y la certeza de que ni siquiera en el mundo de la imaginación la felicidad es total. Amor, pérdida, deseo, engaño, violencia, un romanticismo incompleto y un tanto victimista asoman continuamente a unas obras que cuentan historias que, de una u otra manera, a todos resultan familiares.
El principal valor de la pintura de Manuel Rufo consiste en su capacidad de subvertir los géneros meramente pictóricos para introducir en su obra conceptos e imágenes propios de la música pop y el cine. Ambas influencias, música y cine, han dotado a su pintura de géneros extrapictóricos. Así, al igual que existen canciones de amor o cine romántico o de terror, Rufo plantea la posibilidad de que la pintura asuma esas mismas etiquetas.
Otro elemento esencial es la relación entre pintura y fotografía. Fotografías extraídas de películas (normalmente difíciles de identificar) que Rufo hace suyas tras un proceso de selección visual. La fotografía es una materia utilizada desde la manipulación de formas recortadas en una idea de collage global.
Con esta fórmula, el artista ofrece al experto referencias con las que justificar su condición y al público en general imágenes que son el máximo común denominador del sentimiento humano. A veces irónico, a veces emocional, Rufo posibilita siempre una doble lectura. Regala una garantía visual según la cual nadie se va de vacío tras la contemplación de estas imágenes porque provienen de unos códigos iconográficos populares. Reflejan la mirada de un creador no sólo sobre la vida sino también sobre el universo artístico que le rodea.
Manuel Rufo logró tardíamente su primer impacto público. Ajeno a muestras de arte joven y a inútiles colectivas, maduró individualmente lejos de modas al uso, archivando en su cabeza un arsenal de imágenes que, poco a poco, ha ido desvelando. El recuerdo esencial que aún permanece de sus etapas pasadas se centra en sus series sobre el amor y el desamor, cuando nos contaba historias del corazón ilustradas con imágenes de películas acompañadas de certeros textos.
En Las heridas del amor la pintura comparte espacio con imágenes cinematográficas propias de episodios amorosos. Por una parte, se conecta a través del arte más directo y popular (la fotografía) con otro que ha generado un código lingüístico-emocional que se hereda de padres a hijos (el cine). Por otra parte, se inscriben las imágenes recogidas en el espacio propio de la pintura, a la que no se renuncia en ningún momento. Se trata, también, de dotar a la pintura de una posibilidad temática más amplia que la actual, paradójica situación en unos tiempos en los que la variedad plástica debería corresponderse con el volumen de capacidad de información existente. Una temática en la que otras disciplinas, aplicadas a la pintura, den como resultado una obra de arte propia de estos tiempos. La mirada es vocacionalmente abierta: se recupera para la pintura un tema que les es propio a casi todas las canciones que nos acompañan todo el día, a las películas que vemos, a los libros que leemos.
El trasfondo musical que define y caracteriza muchas de las obras de Rufo no sólo se refleja en imágenes como la guitarra que forma parte de Al corazón o títulos como Serenata bajo la luna o Danza de la luna. Hay expresiones mucho más conceptuales, procedentes del campo de la memoria, que aparecen apuntadas en textos y que pueden significar algunas otras cosas.
Canciones de amor resume y combina unos contenidos dados por él a las imágenes desde hace algún tiempo, pero que ahora se reducen a la palabra escrita mientras que Stormy Weather aprovecha de forma determinada el título como contrapunto de unas imágenes que desvían la atención de la lírica a la épica.
En ¿Cómo puedes arreglar un corazón destrozado? recoge el punto de inflexión entre el ayer y el hoy; amor y drama o vida y muerte. Conceptos que se repetirán más o menos enmascarados en distintas obras para hablar de suicidios, asesinatos, de acciones que van a terminar en catástrofe, y al final en soledades.
Otra vez la poesía en Descubriendo un sueño, una pieza que guarda relaciones formales con su trabajo anterior, aunque en ella muestre un léxico mucho más depurado. Esa misma implicación lírica puede recuperar orgánicamente otra línea pasional cuando la desesperación, inquietud o tristeza del personaje queda situada en contextos desdramatizadores. Un buen ejemplo sería el panel titulado Nunca podrás hacer lo que quieres, mientras no sepas lo que quieres, pieza en la que las nostalgias dan paso inmediato a las esperanzas.
El compás de catalogación de las imágenes, de sus valores o situación dentro de un ambiente o una atmósfera determinados, queda especificado con claridad en Sólo quiero conocer el color (de tus ojos). Es una pieza útil para ilustrar y describir el proceso de Rufo. De un panorama general elige un personaje concreto y por secuencias sucesivas se va acercando hacia él con la intención de investigar y descubrir los datos físicos que definan algunas calidades, en este caso el color de unos ojos. El hecho, mitad concepto y mitad juego, va a resultar imposible desde el principio, pero sitúa la atención en orden a otra búsqueda, la del color como entidad no física o al menos mucho más teórica, como ensayo y prueba plásticos. Al mismo tiempo está Rufo advirtiendo la importancia de otro factor importante, el tiempo fijado por el espacio, mientras que lo demás se convierte en aleatorio.
El momento del horror, detenido. Esta es la siguiente oferta de Manuel Rufo. ¿Es una confrontación con etapas anteriores? No necesariamente. La imagen no está en movimiento, pero sugiere movilidad en la acción. Se nos muestra entera y, luego, fragmentada, desarrollada en secuencias. El artista rompe la imagen para reconstruirla después. Para él, la imagen de la angustia cobra más fuerza cuando se la destruye, tras detener el momento del miedo en un flash. Lo que ocurre es que, cuando el horror se vuelve a reconstruir, la imagen restituida ya no puede ser la de antes. Es sólo un puzzle que recuerda el inicio de la catástrofe.
Posteriormente, su obra ha seguido indagando por esta vía, aportando una veta más irónica y, además, aportando un elemento innovador importante: la aparición del objeto. Rufo decide pasearse por el lado peligroso. Ese lado donde las fronteras de las diferentes disciplinas plásticas poseen aduanas cada vez más difusas y, por lo tanto, más susceptibles de violar. En ese lado, las imágenes se desencadenan, surgen de la pared ante nuestros ojos en una nueva forma de realismo.
En I want You, el artista toma como punto de partida, para abordar el problema de las armas de fuego en los Estados Unidos, el asesinato de Marvin Gaye a manos de su propio padre en 1984.
I Want You remite al título de la conocida composición de Marvin Gaye, se trata de una instalación en la que las diversas letras de esta frase se componen a partir de fotografías recortadas que reproducen distintos tipos de pistolas. En una lectura cercana se pueden apreciar en detalle los distintos modelos de armas, mientras que desde una posición más distante las palabras parecen como costuras o tatuajes sobre el blanco de la pared.
Este recurso, frecuentemente utilizado en sus obras e instalaciones, de recortar fotografías para aislar formas y objetos, logra efectos muy sugerentes a través de una extrema simplicidad. La forma de las pistolas se hace casi invisible al formar palabras, las letras parecen extraídas de luminosos o anuncios gráficos. Pero sobre todo hay una intención de subrayar la cultura rock norteamericana en forma de atmósfera, a veces retro. Los mensajes se deslizan desde el amor a la manipulación y la violencia.
Esa atmósfera nostálgica e irónica, se plantea también desde el video en el que el artista baila al ritmo de la música de Marvin Gaye, sobre el fondo de una réplica de un inmenso cartel de enganche del ejército norteamericano (utilizado a partir de la I Guerra Mundial) en el que la figura del Tío Sam repite la frase I want you.
En un formato más pequeño y enmarcadas se presentan I Love You y I Need You, las frases que junto con I Want You resumen los ecos del pop rock internacional que marcó profundamente las generaciones de los jóvenes de los años 60 y 70. La música y la figura de Marvin Gaye marcan un hilo conductor en el que se entremezclan la nostalgia con la perturbación que introducen las armas: las pistolas son reducidas a caracteres gráficos, en ocasiones son simples elementos decorativos de estructuras ornamentales geométricas. Las pistolas son el adorno y a la vez la muerte.
Escrito en el cielo constituye en sí misma un relato visual y textual con resonancias personales. Este proyecto tiende a configurar un relato onírico en forma de poema visual. Imágenes y texto se entremezclan en un cruce entre la ilustración fantástica, el cómic psicodélico y sketches televisivos. La imagen del propio artista planea entre las letras y las frases, se encarama por las paredes entre fragmentos de prados de hierba y de flores, para relatar una confesión autobiográfica, centrada en ideas y emociones como olvido, mentira, indiferencia, verdad, inocencia y perdón. El espacio de la galería se transforma en un plató donde confluyen fórmulas gráficas y publicitarias, con una ironía aguda y un humor que también deja entrever el desencanto junto al optimismo, la perversidad de los mensajes junto a la sinceridad de las palabras.