En el curso de unas obras en el Cerro de San Vicente emprendidas en 1951, ante la sorpresa de los operarios, apareció un fósil notablemente bien conservado. Los restos fueron identificados como pertenecientes a un hydropitecus (que podría traducirse como “simio de agua”); sus rasgos anatómicos lo acercaban al orden de los sirenidos o mamíferos acuáticos entre los que destacan el dungong o la ritina de Steller. El religioso y paleontólogo francés Jean Fontana acudió a Salamanca a dirigir las excavaciones. El abate Fontana, discípulo del insigne geólogo Albert de Lapparent, ya había descubierto los primeros ejemplares de hidropitecos en la Alta Provenza, en las estribaciones de los Alpes, y había establecido la datación para este homínido acuático en el Mioceno, es decir, hace unos dieciocho millones de años. Fontana, que había advertido que la morfología de los hidropitecos evocaba de forma increíble a las sirenas de la mitología clásica, sostenía que había llegado el momento de considerar nuevas pistas en las teorías de la evolución.
En el trabajo La Sirena de Tormes, el artista se inventa el descubrimiento de unos fósiles de una especie desconocida de homínidos acuáticos, “Hydropithecus”, parecidos a las sirenas de los cuentos. El trabajo se lleva a cabo mediante la “falsa” documentación de un supuesto reportaje encargado por Scientific American y por los testimonios del geólogo y sacerdote Jean Fontana.