Considerado uno de los principales representantes de la figuración crítica y el pintor por excelencia de la transición española, Eduardo Arroyo se caracteriza por el humor e ironía de sus obras, su actitud inconformista y crítica y su defensa de la libertad creativa. Esa ironía será su mejor arma contra todo tipo de convencionalismos, una ironía que nos descubre también a un Arroyo melancólico y que busca en ese recurso un refugio al dolor y la decepción.
La anécdota
La anécdota va a ser la base sobre la que se fundamente la pintura de Eduardo Arroyo. Concede a esos hechos cotidianos, a esos datos concretos un gran valor, pues considera que en ellos puede estar contenida una explicación de la realidad. Con la captación de esas anécdotas pretende romper con las convenciones y prototipos sociales y demostrar la necesidad de que todos, incluido el espectador de esas obras, nos impliquemos en la vida y la historia, que realicemos una lectura crítica y sin prejuicios de la realidad que nos rodea.
Una producción en series
La obra de Eduardo Arroyo se organiza en series. Así, encontramos algunas como Robinson Crusoe (1965-66) que alude a su sentimiento de aislamiento como artista, Veinticinco años de paz (1965) con la que critica los festejos celebrados por el régimen franquista o Miró refait ou Les malheurs de la coexistence (1967).
La evolución de su trayectoria afecta también a las series que realiza, sobre todo, a partir de la década de los setenta: las formas se simplifican y utiliza materiales ajenos a la pintura como la cerámica o el caucho, cambios con los que consigue imágenes más misteriosas.
Son muchas las series que realiza. A continuación recogemos algunas de ellas: Obsesión de España. Sama de Langreo (Asturias). Septiembre 1963; Treinta años después (1971); Pintores ciegos (1970-1979); La forza del destino (1972) dedicada a los boxeadores Willie Pep, Kid Chocolate, Famechon, etc.; Los retratos (1974); Réflexions sur l’exil (1978); Ramoneur (1979); Toute la ville en parle (1982); Madrid-París-Madrid (1984),… entre otras muchas.
Dada su curiosidad y su trayectoria vital, no es de extrañar que los temas que interesan al artista y que, por lo tanto, representa en sus obras sean diversos. Desde la crítica al franquismo hasta los deshollinadores, pasando por los toros, los boxeadores,… Personajes muchas veces singulares que atraen su atención, personajes que forman parte de sus obras, a los que observa y de los que nos cuenta su vida, sus alegrías y sus tristezas.
Sin embargo, aunque su obra pueda parecernos a veces ecléctica o desordenada, tiene un hilo conductor basado en sus propias vivencias personales. Todo gira en torno a su biografía: los problemas de España, el exilio, los amigos, la función de la pintura y del pintor…, todo regado con una buena dosis de ironía y humor.
Un ejemplo de este carácter casi bufonesco es el retoque que realiza a una fotografía suya que aparece en uno de sus catálogos, tiñéndose la nariz de rojo: “Quedé convertido en un payaso. Era una autocaricatura que debía quitar cualquier idea de pedantería al retrato. Esos horribles retratos de pintores en sus catálogos me resultan insoportables. Todos dignos, todos respetables, todos inteligentes, todos insuflados de aliento divino…”.
Veamos ahora, más detenidamente, algunos de los temas que interesan al artista madrileño.
La condición de la pintura y el pintor
La reflexión del artista sobre su papel como pintor es una constante en toda su obra y se encuentra en la base de su quehacer. Se cuestiona la esencia de su trabajo desde sus primeras obras y lo lleva a cabo especialmente a partir de la manipulación de obras de otros pintores como Velázquez, Rembrandt o Miró. Lo que el artista pretende con esto es desmitificar el cuadro, el arte y su historia. Rechaza el contexto en el que se sitúan esas obras y trata de integrarlas en un nuevo entorno contemporáneo.
Lo que el artista pretende es recuperar el papel activo de los artistas, pues considera que la especialización a la que se había llegado había derivado en un total desinterés del arte por los problemas y la historia cotidianos, un total desapego que Arroyo considera imprescindible hacer renacer. Quiere integrar el arte en la vida.
El exilio
Sus propias vivencias personales son sin duda las desencadenantes de este interés, casi obsesión, por el tema del exilio. Lo sorprendente podría ser que este tema se intensifique a partir de la muerte de Franco, a partir del momento en que Eduardo Arroyo ya no es legalmente un exiliado y puede volver a su país. Y digo podría ser, porque si analizamos más profundamente los motivos de este sentimiento, no es extraño en absoluto. Es justo en el momento en el que su vuelta es libre cuando Arroyo choca de frente con la cruda realidad: sigue siendo un exiliado y sigue sintiéndose como tal. No legalmente, pero sí vitalmente. La distancia que separa al exiliado de su patria va más allá de la tierra, es algo interior, mental, mucho más difícil de recuperar y superar.
Es de esta sensación de la que nacen una larga serie de obras dedicadas a este tema. En ellas recurre a historias de personajes ficticios o reales que, como él, han soportado y soportan la condición de exiliados. Así encontramos el cuadro Réflexions sur l’exil: Irún-Hendaye, 1939-1976 un tríptico de 1976, o las obras dedicadas a Ángel Ganivet, Blanco White o Lluis Companys.
Por otro lado, la toma de conciencia de su condena al exilio interior es lo que le hace buscar una nueva patria, la pintura, y replantearse su condición de pintor.
Así hablaba Arroyo sobre el exilio y su condición de exiliado en una entrevista: “Me considero integrado en la situación española, y en la europea en general. Pero, cuando te has acostumbrado a este tipo de vida, es muy difícil no seguir adelante. Siempre con la doble nostalgia, con el análisis doble. Triple en mi caso, porque soy un poco «tri» teniendo en cuenta que también he vivido y he trabajado durante mucho tiempo en Italia: cinco años en Milán, dos en Roma... donde hice teatro, publiqué libros, y pinté. Es cierto que crea un cierto desorden, pero ahora me costaría trabajo no estar dividido. Mi condición es, y será, una división”.
Los deshollinadores
El encuentro casual con uno de estos personajes en las calles de Zurich provocará el inicio de una de las series más completas de la obra de Arroyo en cuanto al empleo de técnicas, materiales y elementos icónicos se refiere. Un tema que le fascinará, parece ser, por el gusto que por la máscara y la noche, lo negro, siente el artista. La serie comienza en 1979 y da pie a Arroyo a establecer múltiples metáforas a partir del oficio de los deshollinadores. Así, a través de collages, esculturas, pinturas y, sobre todo, dibujos al carbón, Arroyo convierte la ropa de los “ramoneurs” en fracs, sus ennegrecidas caras en máscaras o sus figuras en ladrones del antifaz.
El boxeo
Su admiración y fascinación por este deporte va más allá de la mera valoración del esfuerzo de los boxeadores, pues establece un paralelismo entre el boxeador y el pintor. “El ring es como un lienzo blanco del pintor” – ha escrito Arroyo – “el ring es un cuadro iluminado, destinado a crear tensión y a su vez es también un lugar de tensión”. Más allá también de esa lona como metáfora de lienzo del pintor, el artista entiende el ring como lugar de confrontación, de lucha por la vida.
El verdadero sentido y motivo de esta afición, compartida con Hemingway, Ezra Mound o Miró, queda reflejado en la biografía del boxeador “Panamá” Al Brown. En ella es evidente el interés del artista, no sólo por la brutalidad de este deporte, sino también por ese combate desesperado contra la desgracia, por el exceso…
Además de la biografía de “Panamá” Al Brown publicada en 1982 en francés, Arroyo realizó también varios retratos de boxeadores: Eugène Criqui, Young Perez, Oddone Piazza, Willie Pep, Kid Chocolate o Ray Famenchon.
El toreo
Una vez más Arroyo comparte afición con Hemingway: las corridas de toros. De hecho, no fueron pocas las veces que durante su exilio Arroyo cruzó la frontera clandestinamente para acudir a la Feria de San Isidro. Tampoco se perdió la Feria de Nîmes francesa. Además, el artista hizo partícipe de su afición a su amigo Gilles Aillaud, a quien llevó a visitar las ganaderías españolas.
Pero, ¿por qué esta afición por los toros? En opinión de Arroyo, en el toreo, al igual que en la pintura, hay que saber mantener las distancias para no ser cogido. Además, corrobora también una afirmación de Hemingway, quien decía que “el torero realiza una obra de arte jugando con la muerte”.
Muchos y diversos son los temas que el pintor madrileño abordará a lo largo de su trayectoria artística. Además de los ya mencionados, también la historia contra la que se enfrenta al exiliarse ocupa un lugar importante en sus lienzos de exposiciones como Veinticinco años de paz o Treinta años de paz. La ciudad nocturna con su halo misterioso (Madrid-París-Madrid) o las mujeres (Carmen Amaya) son otros de los aspectos que Arroyo recoge en sus obras.
Una temática que ha ido variando y evolucionando, pero siempre sobre la base de una sintaxis del lenguaje pictórico caracterizada por una pintura literaria y autobiográfica, articulada en series en las que la ironía es una constante. Como dice el propio artista: “Es precisamente ese aspecto serial fragmentario, dividido, esas diferencias estilísticas, esas mezclas… toda esa incoherencia los que constituyen, finalmente, la coherencia de mi obra”.
París, 1958. Huyendo del clima hostil de la España franquista, Arroyo se embarca rumbo a la ciudad de las luces. Allí espera convertirse en periodista y escritor, pero pronto sus pasos irán en otra dirección. Arroyo se convertirá en pintor. Será en París donde dé forma y consolide su identidad de pintor.
El informalismo era el movimiento artístico dominante cuando Arroyo llega a París. Sin embargo, pronto surge un grupo de jóvenes que, frente a la abstracción y la importancia que el informalismo otorga al gesto y la pincelada, defienden una vuelta a la figuración. Se constituye así la corriente de la Nueva Figuración o Figuración Narrativa a la que se adscribirá Eduardo Arroyo. Este grupo reivindica el poder de la anécdota, de esos momentos concretos de la vida cotidiana.
En este contexto inicia Arroyo su andadura artística, dándose a conocer en el XI Salón de la Joven Pintura del Museo de Arte Moderno de París donde expondrá en 1960 la obra La corrida de la mariposa. Poco después colabora también con el colectivo L’Abattoir, junto al que lucha contra toda forma de represión. Su actividad en estos primeros años de la década de los sesenta se extiende también a su participación en el jurado de los Salones de la Joven Pintura, de 1964 a 1969.
Poco a poco Arroyo irá definiendo su identidad artística. Así tomará como modelos a artistas como Picasso, Picabia o De Chirico, además de Velázquez. Por el contrario, los artistas vanguardistas serán objeto de duras críticas y es que, en su opinión, “la vanguardia no significa nada”. En esta línea, atacará a figuras como Marcel Duchamp, Joan Miró o Salvador Dalí, críticas dirigidas en general al sentido de sus obras, al papel de la vanguardia o al compromiso con las ideas, pero no a los personajes en sí.
Así habla Arroyo de sus gustos pictóricos: “Picasso y Picabia. Picasso es el comportamiento de cómo debería ser un artista del siglo XX. Hay pintores que me interesan mucho como Picabia, De Chirico, Derain, Max Ernst…, aquellos con cuadros difíciles, pero también con feos y malos. ¿Actuales?: Steingberg, Guston, el joven Ocampo…
Los rasgos más característicos de la obra de Arroyo durante estos primeros años pasan por la influencia (relativa) del pop norteamericano, el interés por el dibujo, la utilización de tintas planas y el recurso a elementos simbólicos tomados de la publicidad o la prensa. Sus vivencias personales y las anécdotas seguirán siendo su fuente de inspiración, y se acentuará su espíritu crítico ante los acontecimientos de la actualidad. Lo que sí ha varido con el tiempo es el carácter seriado de sus obras. Arroyo crea cuadros independientes que, tal y como él mismo dice, ofrecen una visión más abierta en cuanto a las cuestiones formales del lenguaje y a la visión del conjunto.
Ya durante la última década del siglo XX se aprecian cambios en la obra de Arroyo, pues varía su temática, manteniendo, eso sí, la carga irónica propia de toda su obra y sin abandonar tampoco la temática hispánica tan rica en “modelos artísticos”: el recurso a figuras del folklore español como la obra Carmen Amaya frit des sardines au Waldorf Astoria (1988), a pintores, personajes literarios como Don Juan Tenorio o a los cuentos infantiles como Cenicienta (2000). Las novedades que incorpora a la temática de sus obras pasan por mayores referencias personales, mayor carga onírica y simbólica, escenas simétricas,… Un conjunto de elementos que favorecen un mayor derroche técnico del artista, así como de su sabiduría y su fuerza gráfica.
Los años 90 serán además los años del asentamiento definitivo del pintor en los ambientes artísticos españoles con la organización de exposiciones retropectivas y el reconocimiento de su obra.
*Aranzasti, María José. “Eduardo Arroyo, un gran espectador”. Eduardo Arroyo: pinturak, terrakotak eta harriak = pinturas, terracotas y piedras. Donostia-San Sebastián: Kutxa Fundazioa = Fundación Kutxa, 2002, p. 35. AR ARR-ED 24
La curiosidad y carácter polifacético son, sin duda, una de las señas de identidad de Eduardo Arroyo, rasgos que le han impulsado también a indagar y abordar diversas disciplinas artísticas, sin dejar, eso sí, de lado la pintura, la literatura, la ilustración de libros, la escultura, la escenografía,…
Él mismo se refiere a esta condición de artista multidisciplinar: “Aunque soy pintor que escribe, que hace esculturas, cerámicas, óperas, el punto focal, la verdadera dedicación es la pintura. Y hay que juzgarle al pintor desde el primer cuadro hasta el último”[2]. Y así explica también los motivos de ese carácter multidisciplinar en su obra: “Frente a este mundo, cada vez más especializado, hay que tener una actitud más amateur, y no ser especialista de nada”[3].
PINTURA
“¿Pero, cómo renunciar al dulce veneno de las palabras? La única solución era pintar… Escribir significa hablar. La pintura sustituiría a la palabra”.
Escritor. Periodista. Esto es lo que el joven Eduardo Arroyo pretendía llegar a ser cuando en 1958 se marchó a París. Sin embargo, se convirtió en pintor. Y es que Arroyo necesitaba contar sus experiencias, reflejar sus vivencias. Ante este objetivo, las imágenes se convirtieron en su mejor opción, teniendo en cuenta también que, en París, la barrera del idioma era un impedimento nada desdeñable. Y es que la pintura tenía sus ventajas, pues a la universalidad de su lenguaje se unía la inmediatez de su expresión. “Al principio yo quería escribir y sin embargo elegí la pintura porque me permitía captar esos relámpagos, esos “flashes”, que se me imponen cuando menos lo espero. El dibujo lo dice todo y lo dice inmediatamente. Es completamente inútil colocarle una introducción y un apéndice”, explica el artista.
Su pintura beberá de distintas fuentes: continuará la herencia de algunos rasgos surrealistas y dadaístas y tomará también algunas técnicas del pop europeo como la yuxtaposición de un motivo simbólico a la imagen principal o la alteración del contexto de una obra de arte cuya forma se mantiene. El artista irá definiendo sus propias pautas y principios pictóricos, uniéndose al grupo de la Nueva Figuración. Es una pintura que evita el dibujo preparatorio y traza sólo algunas líneas mínimas sobre papel vegetal. Una pintura de trazo grueso para dibujar las siluetas de los personajes, sin detallar ni difuminar.
Con el tiempo la actitud rebelde y crítica de su obra va a perder su eficacia contestataria y beligerante para ganar en densidad histórica, una carga que removerá la memoria de quienes observen las obras de Arroyo, una forma de “rebelión” más sutil, pero de mayor alcance cultural y mayor consistencia que la indignación.
Pero nada mejor que la opinión del propio Arroyo para aclarar el verdadero signicado y el estilo de su pintura: “Mi pintura es críptica, ambigua, misteriosa e íntima. Soy un pintor que ha hecho una aventura; se ha hablado de nueva figuración, de pop-art, de pintura narrativa… Me asomé a la pintura a finales de los 50 y no acepté la enorme imposición de la abstracción, la que imponía entonces la Escuela de París. Ante esa dictadura de la abstracción inventamos imágenes que sí tenían que ver con el sentido político”[4].
Retratos
Dentro de esta obra pictórica tan extensa, un apartado interesante será el dedicado a los retratos. Se trata de retratos contradictorios, pues Arroyo capta en ellos su admiración por el personaje, pero al mismo tiempo deja entrever posturas moralmente dudosas, propias de esos artistas fieles a las convenciones y reticentes al compromiso.
Fruto de este interés por los retratos nace la serie Retratomatón. Así se expresa Arroyo sobre estas obras: “Si fuera posible, yo pintaría todas las caras que veo: las que encuentro en los museos y en las páginas de la historia, las que salen por televisión (…).
En realidad, todo esto es una gran fabulación, y lo que hago no es otra cosa que pintar retratos para contar cosas alrededor de una cara (…). Tomar la cara como si fuera una hoja en blanco sobre la que tú puedes garabatear signos y palabras (…). La mayoría son de gente a la que admiro (…) nunca he pintado a nadie que me resultara ajeno”.
¿Por qué ese interés por los retratos? Esta es la explicación que ofrece Arroyo: “Siempre pensé que el paisaje que me resulta más intrigante es el rostro, la cara, las facciones de los conocidos o de los desconocidos encontrados en un cruce, de los que aparecen en la pantalla de la televisión, de los cercanos o de los lejanos que se ponen a un tiro de mi mirada o de mi Lápiz: revista mensual de arte”.
Pastiche
El pastiche, una de las técnicas más utilizadas por el Pop, es una constante en la obra de Eduardo Arroyo. Se trata de una forma diferente de entender la pintura y, según el artista, una actitud estética, que le ha llevado a crear un gran número de obras originales a partir de la reinterpretación, la modificación de detalles, la aparición de referencias,… El artista considera esta técnica “uno de los mejores ejercicios de libertad que puede permitirse un pintor”. Uno de sus más ambiciosos retos pictóricos lo constituye el pastiche a tamaño natural de La Ronda de Noche de Rembrandt.
En una conferencia que pronunció en el Museo del Prado, titulada El Museo del Prado o la modificación, Eduardo Arroyo se refirió al pastiche en los siguientes términos: “Todos los artistas han hecho pastiches. Es raro que un gran pintor no se haya divertido nunca intentando, a menudo con acierto, el divertido juego de la desviación y de la parodia. Se trata de un ejercicio de libertad por excelencia que el pintor se permite. De la misma manera que existe el pastiche literario, existe también pastiche pictórico. La interpretación de La Ronda de noche de Rembrandt, en la que trabajé durante cuatro meses en Berlín, me ha vacunado definitivamente contra este juego perverso. Necesité cuatro meses, día tras día, para su realización, Acabado desde hace mucho tiempo el ejercicio, me sigo preguntando de qué me sirvió… ¿A quién ha servido? No, hoy no volvería a repetir un ejercicio cual es el de dialogar con una obra como La ronda de noche”.
¿Pintor-escritor? ¿Escritor-pintor?
Un escritor “convertido” en pintor. Teniendo esto en cuenta, no es de extrañar que la imagen y la palabra tengan el mismo valor en la obra de Eduardo Arroyo. Ejemplo de esta estrecha unión son los títulos que encabezan sus cuadros y que muchas veces acaban convirtiéndose en parte de la propia obra. “Sin título, yo no puedo imaginar un cuadro. Titular una fotografía, un documento, quiere decir adoptarlo, sí, realizarlo, poseerlo. Dicho de otra manera, queda colocado en un contexto, se convierte en parte de una postura.
En efecto, mi pintura nombra la realidad y esto siempre a condición de que yo crea en la fuerza de los cuadros”, aclara el artista.
ESCRITURA
Escritor. Esa era la vocación de Arroyo cuando llegó a París y, si bien, centró su actividad en la pintura, nunca se olvidó ni dejó de cultivar su verdadera pasión, la literatura. Así lo explica el propio Arroyo: “Dentro de mí lo que yo siempre he tenido ha sido verdadera pasión literaria y la sigo teniendo. Paso más tiempo en las librerías que en los Museos. Y a mi manera, siempre la seguiré practicando, una literatura con minúscula porque los pintores tenemos una manera de abordarla. Soy un pintor que escribe. Siento una gran curiosidad, una necesidad de tener un contacto permanente con la lectura y contacto físico con los libros, aunque no sepa a dónde vaya aunque ni sé si quiero ir a algún sitio”[5].
Panfletos políticos, biografías, ensayos, recopilaciones de artículos o teatro, fueron algunos de los géneros que cultivó Eduardo Arroyo, destacando entre toda su producción literaria obras como España, il poi viene prima (su primera obra publicada en 1973), Trente-cinq ans après (crítica a la dictadura franquista) o la biografía “Panamá” Al Brown, 1902-1951. (Imagen de la cubierta del libro sobre Panamá; Al Brown, escrito por Eduardo Arroyo y publicado en 1987 por la editorial Ullstein Verlag).
En 2009, Arroyo publica Minuta de un testamento. Memorias, inspirada más que en la vivencia personal del autor, en su visión entre escéptica y dramática de su país, del arte en general, de la pintura y del compromiso político. Siguiendo en esta línea, en Bambalinas (2016) rescata sus recuerdos. Y, antes de morir, deja listo para publicar un manuscrito de su interpretación de Los diez negritos a modo de última entrega de sus memorias.
LITOGRAFÍA
Al mismo nivel que la pintura o la escultura encontramos, en la amplia obra de Arroyo, sus trabajos gráficos. Un mismo escalón para las distintas disciplinas, lo que les lleva a una influencia mutua.
La exposición Suite Senfelder and Co. recoge algunos de los trabajos gráficos del artista. Se trata de una muestra organizada en homenaje a Alois Senefelder, descubridor del procedimiento litográfico entre 1796 y 1798, en la que Arroyo incluye una colección de litografías y series originales en las que conjuga la litografía con otras técnicas de grabado como el aguarfuerte, la xilografía o el buril. El punto de partida es común a todas ellas: una imagen previa que el pintor manipula.
ILUSTRACIÓN
Una vez más la vocación literaria del artista se muestra en otra de las disciplinas que aborda: la ilustración. Esa vocación queda plasmada en sus trabajos como ilustrador de libros, entre los que destacan los sonetos de Quevedo en 1970, un Bestiario de Dino Buzzati en 1973, las Oraisons funebres de André Malraux en 1977, los Paisajes después de la batalla (1985) y Makbara (1988) de Juan Goytisolo, las Poesías completas de San Juan de la Cruz en 1991, Sombreros para Alicia de Julián Ríos en 1993, el Columnario de Francisco Calvo Serraller en 1998, el Don Juan Tenorio de Zorrilla en 1999, etc.
La obra cumbre de esta “fusión” entre literatura e ilustración la encontramos en la ilustración que Arroyo realiza de la obra Ulises de Joyce, un arduo trabajo que el artista desarrolla durante la convalecencia de una grave enfermedad.
Más recientemente, en 2004, Arroyo ha ilustrado también la primera traducción al castellano de la biblia conocida como Biblia del oso firmada por Casiodoro de Reina en 1569. Seis meses de intenso trabajo para crear una ilustración por capítulo del Pentateuco: el Génesis, Éxodo, Números, Levítico y Deuteronomio, empleando diversas técnicas: acuarela, fotografía, collage, gouache… todas excepto el óleo.
ESCULTURA
Arroyo se adentra en el mundo de las tres dimensiones a partir de 1970. Sus esculturas con objetos encontrados son un claro ejemplo del nivel de creatividad que puede alcanzar. Estas obras guardan una cierta relación con los objets trouvés surrealistas y los ready-made de Duchamp y están cargadas de ironía, sensualidad e ingenio. Estos rasgos se aprecian en obras como Sex shoe, la serie La Dama de Elche (1986), La princesa de Éboli, La maja desnuda, María Grazia Eminente (1988), Vanitas, Arthur Cravan aprés son combat contre Jack Johnson o Le roi de la nuit (1997).
También en esta disciplina se puede apreciar una evolución en Arroyo, pues en sus últimas esculturas el artista parte de las formas que de manera natural han adquirido elementos de la Naturaleza, las piedras o las raíces. Elementos sobre los que el artista interviene mínimamente, dejando casi intacta su forma original, pero añadiendo algunas prótesis de plomo con objeto de cambiar su naturaleza estética. Es el caso de esculturas como Unicornio de Laciana III (1998) o Novia de Muxivén (1999).
CARTELES
La impronta de Arroyo queda también reflejada en sus carteles: sus colores, el grafismo, la composición,… carteles que el artista pone al servicio del teatro, la música, el deporte y, por supuesto, el arte. De hecho, él realizó el cartel de su primera exposición en la Galería Claude Levin de París y el de otras muestras posteriores como la del Museo Georges Pompidou de París o la del Museo Cantina de Marsella. Con estos carteles Arroyo contribuye a acercar el arte a la calle.
La vida es sueño de Calderón, 1981. Offset, 99,7 x 68,6 cm. // Cartel anunciador de los Cursos de verano de la Universidad Complutense de Madrid de 1995. // Roland Garros, 1981. Litografía, 74,5 x 57 cm.
En 2005 se ha comprometido a realizar el cartel de la Feria de San Isidro y ha diseñado también el cartel del Carnaval de Cádiz 2005. Un cartel que, sin embargo, ha suscitado una intensa polémica, polémica frente a la que el artista se ha defendido en estos términos: “He hecho una especie de deshollinador, que es un personaje que me ha acompañado siempre, he hecho pinturas y esculturas con él, y es un personaje que trae suerte. En las civilizaciones nórdicas, las novias vestidas ya de blanco se abrazan con un invitado vestido de deshollinador, y se cubren de hollín en una especie de adulterio extraño, porque trae suerte. Con Cádiz he querido hacer un guiño de los colores, el azul y el amarillo, en referencia al posible ascenso a Primera División del Cádiz. Luego no tiene nada. Es bastante banal, tampoco es tan original. Le he añadido la idea del antifaz, que para mí es Carnaval”.
ESCENOGRAFÍA Y TEATRO
La incursión de Eduardo Arroyo en la escenografía se produjo dela mano de Klaus M. Grüber, quien le propuso trabajar en la escenografía de la obra Off limits de Adamov, un nuevo reto para el artista madrileño que ampliaba así su campo de acción. Fue éste el inicio de una estrecha y casi totalmente exclusiva relación profesional entre Grüber y Arroyo. Así lo explica el pintor en una entrevista: “Trabajo casi exclusivamente con Grüber, porque me es difícil hacerlo con otras personas. Si me invita a hacer Aida, o Tristán, no me dice cómo le gustaría que fuese cada uno de los actos; ni sugiere si lo deberíamos hacer más o menos moderno, darle un sesgo diferente o huir de ciertas cosas. Lo que, supongo, hablan los directores de teatro con el decorador. Yo, que no soy decorador, le digo, en una conversación, sin dibujar, qué quiero hacer. Él materializa la charla y me la restituye en espectáculo. Desde ese momento, me convierto en un arquitecto en libertad”[6].
Muchas son las escenografías diseñadas por Arroyo, entre ellas Off limits de Arthur Adamov, El arquitecto y el emperador de Asiria de Fernando Arrabal, En la jungla de las ciudades de Bertold Bercht, La muerte de Danton de Georg Büchner, La vida es sueño de Calderón de la Barca, Las Bacantes de Eurípides, Splendid’s de Jean Genet, un Fausto Salpêtrière a partir del de Goethe, De la casa de los muertos de Janacek, Nostalgia de Franz Jung, Edmond de David Manet, Azúcar dulce y amargo cadáver de Albert Ostermaier, Rojo como la sangre de Claude Regy, La cenicienta de Rossini, Madre lívida, tierna hermana de Jorge Semprún, Otelo de Verdi, La Walkiria de Wagner…
Su estrecha relación con la escena llevó a Arroyo a hacer incluso una pequeña incursión teatral como autor dramático. Será en 1986 con la obra Bantam (que en francés significa “peso gallo”, es decir, menos de 54 kilos), una pieza en dos actos estrenada en Munich el 2 de febrero de 1986 bajo la dirección de Klaus Michael Grüber y con decorados de Aillaud y Recalcati, sus eternos compañeros.
Pintura, escultura, escenografía,… un amplio abanico el que abarca la obra de Eduardo Arroyo, un madrileño que llegó a París con la intención de convertirse en escritor, pero que, finalmente, y sin abandonar esa vocación, descubrió y trabajó otras muchas disciplinas.
He aquí, una recopilación de los decorados de teatro realizados por Arroyo.
2008
Boris Godounov, ópera de Modest Moussorgsky, dirección de Vladimir Fedoseyev, puesta en escena de Klaus Michael Grüber, decorado de Eduardo Arroyo, Opernhaus, Zúrich.
Las mil noches y una noche, texto de Mario Vargas Llosa, puesta en escena Joan Ollé, decorado de Eduardo Arroyo, Fundación Tres Cultura, Sevilla.
2007
Boris Godounov, ópera de Modest Moussorgsky, dirección de Hans Graf, puesta en escena de Klaus Michael Grüber, decorado de Eduardo Arroyo, vestuario de Rudy Sabounghi, Orchestre et Choeur de la Opéra national du Rhin, Petits Chanteurs de Strasbourg, Orchestre philharmonique de Strasbourg et Filature, Mulhouse.
Boris Godounov, ópera de Modest Moussorgsky, dirección de Jesús López Cobos, puesta en escena de Klaus Michael Grüber, decorado de Eduardo Arroyo (con la colaboración de Bernard Michel), orquesta titular del Teatro Real; coro y orquesta sinfónica de Madrid, Teatro Real, Madrid.
2006
Boris Godounov, ópera de Modest Moussorgsky, dirección de Kasushi Ono, puesta en escena de Klaus Michael Grüber, decorado de Eduardo Arroyo (con la colaboración de Bernard Michel), Orchestre et Choeur du Théâtre royal de La Monnaie, Bruselas.
Doktor Faust, ópera de Ferruccio Busoni, dirección de Philipp Jamach, puesta en escena de Klaus Michel Grüber, decorado de Eduardo Arroyo, Opernhaus, Zúrich.
2005
De la casa de los muertos (Aus einem Totenhaus), ópera de Leoš Janáček, dirección de Marc Albrecht, puesta en escena de Klaus Michael Grüber, decorado de Eduardo Arroyo, Orchestre et Choeur de l´Opéra national de Paris, Opéra-Bastille, París / Teatro Real, Madrid.
2002
Don Giovanni, opéra de W. A. Mozart, dirección Zender, puesta en escena de Klaus Michaël Grüber.
2000
Aïda, ópera de Giuseppe Verdi, dirección Riccardo Chailly, puesta en escena de Klaus Michaël Grüber.
Tristan und Isolde, ópera de Richard Wagner, dirección Lorin Maazel, puesta en escena de Klaus Michaël Grüber.
1999
Tristan und Isolde, ópera de Richard Wagner, dirección Claudio Abado, puesta en escena Klaus Michael Grüber.
1997
Zuckersüss & Leichtenbitter, obra de Albert Ostermaier, puesta en escena de Udo Samel.
1996
Otello, ópera de Giuseppe Verdi, puesta en escena de Klaus Michael Grüber.
1995
Mère blafarde, tendre soeur, obra de Jorge Semprún, puesta en escena Klaus Michael Grüber.
1994
Splendid’s, obra de Jean Genet, puesta en escena de Klaus Michael Grüber.
1992
De la maison des morts, ópera de Janacek, dirección Claudio Abado, puesta en escena Klaus Michael Grüber.
1990
Edmond, obra de David Mamet, dirección de María Ruiz.
1989
La mort de Danton, obra de Georges Büchner, puesta en escena de Klaus Michael Grüber.
1987
Bantam, obra de Eduardo Arroyo, puesta en escena de Guido Huonder.
1986
Bantam, obra de Eduardo Arroyo, puesta en escena de Klaus Michael Grüber.
La Cenerentola, ópera de Rossini, puesta en escena de Klaus Michael Grüber.
1984
Nostalgia, obra de Franz Jung, puesta en escena de Klaus Michael Grüber.
1981
La vida es sueño, obra de Calderón de la Barca, puesta en escena de José Luis Gómez.
1977
El arquitecto y el emperador de Asiria, obra de Fernando Arrabal, puesta en escena de Klaus Michael Grüber.
1976
Die Walküre, ópera de Richard Wagner, puesta en escena de Klaus Michael Grüber.
1975
Faust-Salpêtrière, a partir de la obra Faust de Goethe, puesta en escena de Klaus Michael Grüber.
1974
Vermeil comme le sang, puesta en escena de Claude Régy.
Antiken Projekt, Übungen für Schauspiele “Die Bakchen”, de Eurípides, puesta en escena de Klaus Michael Grüber.
1973
Im dikicht der Stadte, obra de Bertolt Brecht, puesta en escena de Klaus Michael Grüber.
1972
Off Limits, obra de Arthur Adamov, puesta en escena de Klaus Michael Grüber.
1971
Wozzeck, ópera de Alban Berg, puesta en escena de Klaus Michael Grüber.
1969
Off Limits, obra de Arthur Adamov, puesta en escena de Klaus Michael Grüber.