El vampiro de la calle Méjico (2002)

«Puedo matar. Puedo hacer que la gente se mate por mí.» A Juan Borras, el protagonista y voz dominante de esta novela, le acusan sus amantes, la policía incluso, de ser un vampiro, algo que él no comprende pero acaba aceptando. Su único crimen consciente, sin embargo, es el deseo, la persecución de la belleza. Solitario y en un principio ingenuo, Juan se deja pasivamente marcar por los otros, hasta que un día descubre que él mismo deja una marca en los que ama. «He sido tan verdugo de tantos.» ¿Será el amor la única forma hoy consentida del vampirismo? Perseguido y aislado, Juan decide salir de la tumba que es su vida de vampiro culpable para contar la historia de sus trepidantes peripecias eróticas. Y entonces aparece, asomada a una ventana que él acerca con sus miradas, Teresa, una mujer alegre, enigmática, que está dispuesta a escucharle a cambio de algo. Sobre estos dos personajes protagónicos, sobre su intensa y ambigua relación, sobre sus diálogos entrecruzados y su inesperado descubrimiento final, se articula El vampiro de la calle Méjico, la nueva y extraordinaria novela de Vicente Molina Foix. No están, sin embargo, solos. Juan es un restaurador de arte obsesionado por los mosaicos, y el libro enlaza alrededor de esta pareja central una galería de memorables figuras secundarias: el «Soldado Alemán» Rafael, ángel de los suburbios madrileños, Claude, la intrusa inteligente y descarada, el refinado homosexual Jeremy (en unos divertidos capítulos de iniciación erótica en Venecia), Laila, la bailarina del vientre vista como simbólica madre egipcia y, por encima de todos, ese retrato conmovedor, risueño y lacerante de Esteban, el muchacho que lleva más allá de todo límite el amor loco vivido con Juan. (Fuente: CasadelLibro)