Eduardo Arroyo.

Eduardo Arroyo

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Trayectoria

París, 1958. Huyendo del clima hostil de la España franquista, Arroyo se embarca rumbo a la ciudad de las luces. Allí espera convertirse en periodista y escritor, pero pronto sus pasos irán en otra dirección. Arroyo se convertirá en pintor. Será en París donde dé forma y consolide su identidad de pintor.

El informalismo era el movimiento artístico dominante cuando Arroyo llega a París. Sin embargo, pronto surge un grupo de jóvenes que, frente a la abstracción y la importancia que el informalismo otorga al gesto y la pincelada, defienden una vuelta a la figuración. Se constituye así la corriente de la Nueva Figuración o Figuración Narrativa a la que se adscribirá Eduardo Arroyo. Este grupo reivindica el poder de la anécdota, de esos momentos concretos de la vida cotidiana.

En este contexto inicia Arroyo su andadura artística, dándose a conocer en el XI Salón de la Joven Pintura del Museo de Arte Moderno de París donde expondrá en 1960 la obra La corrida de la mariposa. Poco después colabora también con el colectivo L’Abattoir, junto al que lucha contra toda forma de represión. Su actividad en estos primeros años de la década de los sesenta se extiende también a su participación en el jurado de los Salones de la Joven Pintura, de 1964 a 1969.

Poco a poco Arroyo irá definiendo su identidad artística. Así tomará como modelos a artistas como Picasso, Picabia o De Chirico, además de Velázquez. Por el contrario, los artistas vanguardistas serán objeto de duras críticas y es que, en su opinión, “la vanguardia no significa nada”. En esta línea, atacará a figuras como Marcel Duchamp, Joan Miró o Salvador Dalí, críticas dirigidas en general al sentido de sus obras, al papel de la vanguardia o al compromiso con las ideas, pero no a los personajes en sí.

Así habla Arroyo de sus gustos pictóricos: “Picasso y Picabia. Picasso es el comportamiento de cómo debería ser un artista del siglo XX. Hay pintores que me interesan mucho como Picabia, De Chirico, Derain, Max Ernst…, aquellos con cuadros difíciles, pero también con feos y malos. ¿Actuales?: Steingberg, Guston, el joven Ocampo…

Los rasgos más característicos de la obra de Arroyo durante estos primeros años pasan por la influencia (relativa) del pop norteamericano, el interés por el dibujo, la utilización de tintas planas y el recurso a elementos simbólicos tomados de la publicidad o la prensa. Sus vivencias personales y las anécdotas seguirán siendo su fuente de inspiración, y se acentuará su espíritu crítico ante los acontecimientos de la actualidad. Lo que sí ha varido con el tiempo es el carácter seriado de sus obras. Arroyo crea cuadros independientes que, tal y como él mismo dice, ofrecen una visión más abierta en cuanto a las cuestiones formales del lenguaje y a la visión del conjunto.

Ya durante la última década del siglo XX se aprecian cambios en la obra de Arroyo, pues varía su temática, manteniendo, eso sí, la carga irónica propia de toda su obra y sin abandonar tampoco la temática hispánica tan rica en “modelos artísticos”: el recurso a figuras del folklore español como la obra Carmen Amaya frit des sardines au Waldorf Astoria (1988), a pintores, personajes literarios como Don Juan Tenorio o a los cuentos infantiles como Cenicienta (2000). Las novedades que incorpora a la temática de sus obras pasan por mayores referencias personales, mayor carga onírica y simbólica, escenas simétricas,… Un conjunto de elementos que favorecen un mayor derroche técnico del artista, así como de su sabiduría y su fuerza gráfica.

Los años 90 serán además los años del asentamiento definitivo del pintor en los ambientes artísticos españoles con la organización de exposiciones retropectivas y el reconocimiento de su obra.

España te Miró. La Masía, 1967.  Óleo sobre lienzo, 130 x 65 cm.

 

 


*Aranzasti, María José. “Eduardo Arroyo, un gran espectador”. Eduardo Arroyo: pinturak, terrakotak eta harriak = pinturas, terracotas y piedras. Donostia-San Sebastián: Kutxa Fundazioa = Fundación Kutxa, 2002, p. 35. AR ARR-ED 24